12
LA CABAÑA
Al enterarse de que el Ejército Imperial estaba buscando a su hermana pequeña, —supuestamente por órdenes del zar—, Irina dispuso que escaparan del pueblo antes del amanecer. Puso a Nastia a prepararles unas cuantas provisiones y mantas para el camino, indicó a Motka que alistara un carromato y tranquilizó a su angustiado mayordomo, convenciéndolo de mantener las apariencias hasta su regreso. Nadie debía enterarse de su ausencia.
Acurrucada a su lado, bajo un grueso cobertor, Nadya miró las interminables arboledas de abedules que se extendían ante ellos y suspiró.
¿Qué tan grande podía ser el bosque?
—¿Hay algo que te inquiete, Nadya? —Irina se volvió brevemente hacia ella, aferrando las riendas de su querido Misha.
El corcel avanzaba entre la nieve, tirando sin esfuerzo del vehículo. Iván iba sentado en la parte trasera e Irina en el asiento delantero, justo entre su hermana y Kolia. Este último le daba indicaciones para que no errara el camino.
—Hace horas que salimos de Polski y me parece seguir viendo el mismo paisaje —expresó Nadya con preocupación, sosteniendo su brújula en las manos—, no dejo de preguntarme si de verdad estaremos yendo en la dirección correcta.
—Dijiste que era hacia el este, ¿no?
—Sí. Irina, no tendrás por casualidad alguna noticia de nuestros hermanos mayores, ¿o sí?
—Fedor debe seguir en el puerto de Vilkov, tengo entendido que su barco llegó hace poco. No creo que haya vuelto a zarpar. Y tengo entendido que Ekaterina se desplaza mucho con su regimiento, hace un par de meses me enteré de que la habían nombrado teniente, ¿te imaginas? Debe estar desesperada por acabar con todos esos rebeldes antes de que estalle la revolución.
—Dios mío.
—Lo sé.
Irina se mordió el labio inferior.
—Con los gemelos no se puede estar segura. A veces Serguéi me escribe para pedirme dinero —agregó, haciendo un mohín de disgusto—, ¿alguna vez se ha molestado en contarme cómo están? ¿O en preguntar cómo me encuentro yo? ¡Ja! A esos sinvergüenzas no les importa nada ni nadie, siguen siendo unos haraganes.
—Esos dos siempre se la pasaban metiéndose en líos —dijo Iván—, no me extrañaría que estuviesen refundidos en alguna mazmorra por haber hecho de las suyas.
—¿Cómo tú al esconderte entre un montón de inocentes aldeanos? —se mofó Irina.
—Mi caso es diferente, no me meto en problemas por gusto —le aclaró él, echándole un vistazo a Kolia—. ¿Estás bien? No has dicho una palabra desde que abandonamos el pueblo.
—No me ocurre nada —repuso el rubio—, solo pensaba en que no debí dejar a mi caballo allá. No está acostumbrado.
—En casa cuidarán muy bien de él, Kolia. No tienes nada de lo que preocuparte —lo tranquilizó Irina—, Igor me lo prometió. Y Motka lo cepillará y alimentará. Él sabe como encargarse de los animales, le gustan bastante los caballos y los perros.
—Sin ofender, no suelo confiar en extraños. En especial en los que sirven a la nobleza.
—Pues no parecías muy desconfiado cuando la doncella se puso servicial contigo —replicó Nadya sarcásticamente.
—¿A qué demonios viene eso?
—¿Cómo que a qué? La tonta no paraba de preguntar si estabas a gusto, como si los demás no estuviéramos presentes. Y cuando preparó el baño, ¡poco le faltó para entrar a frotarte la espalda! Claro que eso te habría encantado, de seguro.
—Nastia es un poco efusiva en ocasiones, es una buena chica —añadió Irina con una sonrisa incómoda.
—Es una casquivana. Deberías enseñarle cual es su lugar, ¡Anya nunca se comportaría así!
—¿Acaso estás celosa, princesita?
—¿Celosa? Solo eso me faltaba. Sois tal para cual.
—Sí, bueno, tal vez requiera de sus amables atenciones cuando esté de vuelta.
—Sí, para lo que me importa.
—Pues bien.
—¡Bien! —Nadya cruzó los brazos y se hundió en su lugar—. Papanatas.
—Oh, Dios —Irina observó el intercambio de pullas entre Kolia y su hermanita, anonadada.
—Te dije que eran divertidos —le murmuró Iván.
—En todo caso, confío en que no estaremos mucho tiempo lejos —dijo Irina conciliadoramente—. Tenemos que solucionar este embrollo cuanto antes. —Agitó las riendas con firmeza y Misha saltó sobre un amplio tronco, sacudiendo el carro.
—Eso es lo que más me preocupa, ojalá pudiéramos darnos un poco de prisa —se lamentó Nadya.
—Debes tener fe, Nadenka 1. Hasta ahora las cosas nos han salido bien —la animó su hermano—. Es verdad que llevamos horas andando pero estoy seguro de que no tardaremos en hallar a esa Baba Yagá. Si realmente anda por estos lares, algún indicio habrá de que se encuentra cerca.
—¿Y cómo se supone que reconoceremos ese indicio? —inquirió Irina.
—Quizá haya una aldea cerca o alguna persona que pueda darnos indicaciones. —Hizo notar Nadya—. Podríamos preguntar si han notado algo raro, o visto a Baba Yagá pasar por aquí.
—No pierdas la paciencia, Nadya. Kolia se está esforzando en llevarnos por el mejor camino —le dijo su hermano.
—Bueno, pues no está haciendo un buen trabajo. ¡Llevamos horas dando vueltas!
—¡Al menos yo no dependo de una estúpida brújula, mocosa! —Kolia y la princesa se enfrascaron en un duelo de miradas asesinas, lo cual a esas alturas, era ya una costumbre en ambos.
—Tranquilos, no hay porque discutir —dijo Irina tomando del hombro a su hermana.
—Además, no hay que fiarse de las cosas que dice la gente. Mi padre me advirtió que en el bosque no todo es lo que parece —dijo Kolia.
—¿Eso qué significa?
—Solo digo que si yo fuera Baba Yagá, probablemente no querría llamar la atención.
—No veo porque haría algo así, siendo tan malvada y poderosa como se cuenta. ¿Para qué se va a cuidar de llamar la atención? —atajó Iván—, ¿no se supone que va por ahí en una casa enorme con patas de gallina y custodiada por huesos humanos? Es un disparate, pero eso es lo que dicen, ¿no?
—¿No podría vivir Baba Yagá en una casita pequeña? —preguntó Nadya.
—No lo sé, ¿por qué?
La chica señaló hacia adelante, al tiempo que doblaban una curva. Una destartalada isba apareció ante ellos. Estaba cercada por una verja de pilares puntiagudos, sobre los cuales se exhibían varios cráneos. Enormes llamaradas de humo escapaban de la chimenea, y la puerta, custodiada por una pesada aldaba de hierro, era una clara invitación a abstenerse de tocar.
Misha se detuvo a pocos metros de la casa, reacio a acercarse. Los hermanos y Kolia sintieron un escalofrío.
—No puede ser —habló Iván en voz baja, como si estuviera prohibido alzar la voz.
—¿Será una coincidencia acaso? —murmuró Irina.
—No lo creo. —Kolia bajó del carromato y se adelantó con decisión, empuñando su hacha—. Será mejor que entremos a echar un vistazo. Iré yo primero. Andaos con cuidado.
Los cuatro cruzaron un jardín lleno de flores muertas, no sin antes atar a Misha a la valla. El pobre no dejaba de relinchar y sacudirse, por lo cual su ama tuvo que susurrarle que se calmara.
Kolia hizo sonar la aldaba con precaución. Permanecieron un instante de pie en el umbral hasta que, con un rechinido, la puerta se abrió, permitiéndoles vislumbrar un oscuro vestíbulo. No había nadie del otro lado.
Lentamente, entraron.
El interior era claustrofóbico, con sus muros inclinados y la escasez de ventanas. Había unas escaleras irregulares en un extremo de la habitación y más allá, varias puertas que conducían a estancias desconocidas. La cabaña parecía tener muchas más habitaciones de las que se apreciaban por fuera.
La puerta se cerró a sus espaldas y a Nadya la recorrió otro escalofrío.
—¿Hola? —saludó Irina, sin recibir respuesta—. ¿Hay alguien?
—Qué extraño, no parece que haya nadie aquí —dijo Iván yendo hasta la enorme mesa que ocupaba el cuarto contiguo, donde todavía reposaban platos con restos de carne y huesos.
Irina se acercó a la chimenea encendida, cuyo verde e insólito resplandor era la única fuente de luz en la casa. Hasta el fuego lucía anormal en ese sitio.
Nadya frunció el ceño al toparse con las estanterías de una pared. Estaban atiborradas de libros, polvos, menjunjes y frascos cuyo contenido ninguna persona sensata querría averiguar.
Kolia empezó a registrar todos los cajones y repisas que tenía a su alcance, en busca de alguna pista que pudiera decirles a donde habían ido a parar. Enseguida se dirigió a una puerta cerrada y con mucho cuidado, giró el picaporte…
¡PUM!
Algo pesado se estrelló contra su rostro, tumbándolo en el suelo. Kolia soltó un alarido que alertó a los demás.
—¡Maldición! —gritó, llevándose una mano a la nariz en tanto dos figuras altas salían del cuarto.
Dos figuras que eran idénticas.
—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? ¿Acaso es un ladrón que anda perdido?
—¡No hay nada que puedas robar aquí! Te metiste en la casa equivocada, chico.
—Y trae compañía al parecer. ¡No tenéis idea de dónde estáis parados, pardillos!
Asustados, los tres hermanos se volvieron hacia los moradores, que permanecían en su sitio a la defensiva. Iván tensó su arco amenazadoramente. Nadya ayudó a Kolia a levantarse, cosa que él aceptó a regañadientes, mientras Irina contemplaba a los jóvenes que acababan de sorprenderlos.
Un par de gemelos, vestidos con ropas sencillas. Tenían el cabello oscuro y una barba pequeña en la punta del mentón. Los dos sostenían instrumentos. El de la derecha aferraba un delicado violín y el de la izquierda, una balalaika que aún sujetaba a modo de porra, tras haber golpeado a Kolia. La única diferencia notable entre ambos, residía en el color de sus ojos.
Los mismos ojos de sus padres.
—¡Serguéi! ¡Alekséi! ¿Sois vosotros?
A la derecha, Serguéi levantó una ceja con suspicacia. A la izquierda, Alekséi arrugó el entrecejo, confundido.
—¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes nuestros nombres?
—¡Somos vuestros hermanos! —exclamó Irina—. ¿Acaso no nos reconocéis?
Los gemelos se miraron con pasmo y enseguida les observaron con mayor atención, hasta que una chispa de reconocimiento iluminó la cara de Alekséi.
—¡Vaya! ¡Pues es verdad! —El joven bajó su balalaika y relajó los hombros—. ¡Si eres tú, Irina! Y esa de allí debe ser la pequeña Nadya… ¡y por todos los cielos! También está Iván y un chico al que no conocemos. —Alekséi se dirigió a Irina y la envolvió en un abrazo impulsivo—. ¡Qué inesperada sorpresa!
—Mira nada más a estos mocosos. —Serguéi se aproximó a sus otros hermanos—. Hacía años que no sabía nada de vosotros. Cuanto habéis crecido. Baja eso, muchacho, le sacarás un ojo a alguien —dijo, desviando la flecha con la que Iván todavía le apuntaba, sin darse cuenta—. Así que a esto fue a lo que se refería babushka 2 antes de salir de casa. A esa vieja no se le escapa nada.
—¡Y yo qué pensaba que erais ladrones! Ella nos dijo claramente que tendríamos que estar bien preparados para una visita alarmante. —Alekséi examinó su instrumento minuciosamente—. Espero que no le hayas hecho nada a mi balalaika, es muy fina —le dijo a Kolia, que seguía sobándose la nariz.
—¡¿De qué estás hablando?! ¡Tú fuiste quien me golpeó!
—No puedo creer que de verdad seáis vosotros —dijo Irina—. Ya sois unos hombres.
—Puedes apostar a que sí, aunque sinceramente, erais las últimas personas que esperábamos que llegaran aquí el día de hoy —dijo Serguéi.
—Creímos que erais ladrones o algo así. Le dije a Serguéi que nos ocultáramos apenas oímos como alguien tocaba afuera —dijo Alekséi.
—¿Quién abrió la puerta?
—No hay necesidad de molestarse por eso aquí. —Serguéi intercambió una mirada misteriosa con su hermano y luego sonrió de lado—. Aquí hay manos invisibles.
—¿Manos invisibles? —Nadya parpadeó confundida.
—¡Demonios, creo que ahora sí está rota! —se quejó Kolia enfadado, oprimiendo su tabique nasal—. ¡¿Cuál es el problema de tus hermanos con mi nariz, Iván?! —sus ojos vagaron por la estancia, probablemente en busca de un espejo.
—¿Viste eso, Serguéi? ¡Sigo siendo el más fuerte de los dos!
—¿Y quién es este sujeto que no para de quejarse? —inquirió Serguéi volviendo a enarcar una ceja—. No había visto un ceño tan fruncido desde que papá dijo que estaba harto de nuestra infernal música y decidimos mandarlo al demonio.
—Kolia es amigo mío, es hijo del jefe de la aldea de Zalesky —explicó Iván, haciendo una mueca dolorida al mirar a su compañero—. Y en serio creo que le habéis hecho daño.
—Hijo de un jefe, ¿eh? Bueno, no voy a ser yo quien ponga eso en duda. —Serguéi observó como Irina hacia que el chico se sentara en una silla cercana y Nadya sacaba un pañuelito de su bolso para ofrecérselo—. Creo que los hijos de la gente importante hemos bajado nuestros estándares estos días. Quiero decir, solo mírennos, ¡a que nadie sospecharía que somos hijos del zar!
—Así es. —Irina levantó la cabeza de Kolia para frenar la hemorragia—. ¿Qué estáis haciendo aquí? No esperábamos encontraros en un sitio como este.
—Vivimos aquí desde hace algunos meses. Que no os engañe la apariencia lúgubre del lugar —dijo Alekséi sonriendo como un niño—, es muy acogedor.
—¿Una cabaña en medio de la nada? —inquirió Iván.
—Sí, ¿qué tiene de malo? Si mal no recuerdo, a ti te gustaba dormir en la tierra —replicó Serguéi—. ¿O es que ahora vives en un palacio?
—De hecho, nuestra casa es mucho más agradable que esta —habló Kolia con voz nasal.
—Prueba esto, babushka lo usa para curarnos cuando hacemos desastres. Hemos roto un montón de cosas aquí. —Alekséi tomó un tarro de una destartalada repisa, que el blondo aceptó con cara de pocos amigos.
—¿Quién es esa babushka de la que tanto habláis? —preguntó Irina suspicazmente.
—Es la dueña de esta casa —respondió Alekséi—, nos ha estado dando albergue.
—A la vieja le gusta nuestra música. Hace tanto tiempo que vive tan sola, que le viene bien tener la compañía de dos hombres.
—¿Quién diría que una pobre anciana podría estar a gusto en vuestra compañía? —dijo Iván con sorna.
Desde que tenía memoria, sus hermanos gemelos estaban lejos de ser un modelo de buen comportamiento. Ambos habían nacido durante el mes de Mayo, eran bohemios y vivarachos, y no se diferenciaban demasiado al vestir. De no ser por sus miradas, habría sido imposible distinguir al uno del otro.
Serguéi ostentaba el vivo color esmeralda de los ojos de su madre y Alekséi, el frío añil de los de su padre, con un toque de ingenuidad que jamás asomaba en los orbes del soberano.
A pesar de ser tan similares en apariencia, sus personalidades se complementaban como el agua y el fuego.
Serguéi, el mayor, se manejaba como un embustero confiado y suspicaz. De niño solía inventar historias para entretener a sus hermanos, o excusas con las que engañar a sus criados y tutores, cada vez que se escaqueaba de sus lecciones de esgrima, matemáticas y equitación. Todo lo que le interesaba era contar cuentos o tocar el violín, el único pasatiempo en el que se imponía un obstinado perfeccionismo.
Los años habían sido gentiles, convirtiéndolo en un muchacho atractivo y lleno de labia. Cuando no estaba interpretando una melodía o exagerando alguna de sus aventuras, se lo podía ver tratando de llamar la atención de las mujeres. Por lo general tenía éxito.
Alekséi no era tan mentiroso como él, ni tan hábil para coquetear con las muchachas, —en realidad, sospecho que no sentía inclinación hacia ellas—, sin embargo, compartía el mismo amor por la música y lo demostraba al tocar como un virtuoso las cuerdas de su querida balalaika. Su carácter seguía siendo el de un chiquillo que se contentaba con la compañía de su hermano, al cual acompañaba a todas partes sin protestar ni hacer preguntas.
En cada travesura o engaño se volvía su cómplice, a veces incluso, llegando al grado de cargar con la culpa o involucrarse en riñas. Pese a ser afable por naturaleza, Alekséi compensaba su falta de malicia usando los puños; siempre y cuando fuese absolutamente inevitable, claro está.
El talento musical de los mellizos sin duda les habría granjeado un puesto en el mejor conservatorio de la nación. Lástima que su padre lo considerara una tontería.
En lugar de ello optó por enviarlos al infame internado de Moscú, anhelando que tuviesen la iniciativa de seguir una carrera en la marina o el ejército, lo que por supuesto, sabemos que no sucedió. Renegando de su identidad aristócrata, se fugaron al volver de Rusia, dedicándose a deambular entre un pueblo y otro, tocando por monedas en las calles, apostando en peleas y viviendo en posadas. De tanto en tanto, conseguían un excelente hospedaje por menos de la mitad de su valor o nada, valiéndose tan solo de su ingenio y su simpatía.
¡Qué valientes eran ese par de granujas! Para ellos, la única manera de disfrutar su juventud consistía en olvidarse del mañana.
—Ahora tendréis que contarnos como distéis con este sitio —dijo Alekséi—. No mucha gente llega a perderse por estos lares.
—Es una larga historia de contar —dijo Iván.
—Como presumo, debe serlo la vuestra —agregó Irina con un dejo irónico.
—¡Ha sido una verdadera suerte volver a reencontrarnos aquí! —dijo Nadya con entusiasmo—. ¿Creéis que se trate de una coincidencia? Yo pienso que no. ¡Deberíais venir con nosotros!
—¿Ir con vosotros? —inquirió Serguéi—. Será mejor que pares tus caballos, chiquilla, no tenemos la menor intención de movernos de donde estamos.
—A mí me gusta aquí —agregó su gemelo.
—A mí también me encanta este sitio. —Serguéi abrió los brazos de forma teatral—. Es acogedor, original, auténtico…
—¿En serio? —Irina le dirigió una mirada escéptica.
—Sí, duquesa. Tal vez vosotros no podáis apreciarlo después de haber mantenido el trasero sobre un piso de mármol… pero esta casita es… ¡pintoresca! Y no vamos a dejarla así como así, ¡qué demonios! Si hasta la vieja me estaba empezando a caer bien. Además, todavía no habéis explicado que es lo que hacéis tan lejos de Ribenskov. ¿Os dirigís a algún destino en particular? Ah, si os estáis ocultando del viejo, sabed que esta cabaña ya está repleta. ¡Buscaos otro escondite!
—¡Serguéi! ¿Cómo puedes expresarte así de papá? —lo riñó Irina.
—Supongo que no tenéis ninguna noticia sobre lo que ha estado ocurriendo en Voldova, si habéis estado aquí todo este tiempo —dijo Nadya—. O sobre nuestros hermanos mayores.
—¿Y por qué nos interesaría lo que pase con ese par de zoquetes?
—Porque somos una familia, Serguéi. La familia Romanov, ni más ni menos —le dijo Irina cortantemente— y ahora mismo, mientras Voldova pasa por una situación difícil, haríamos bien en estar juntos. Creo que deberíamos reunirnos con ellos y…
—¿Escuchaste eso, Alekséi? Quiere reunirse con nuestros hermanos. —Serguéi la cortó en seco, volviéndose al mencionado con ironía—. ¿Qué te parece?
—Eso suena como una terrible idea —repuso el mencionado.
—Una terrible idea, ¡sí, señor! Quiere que dejemos nuestra agradable cabaña para tener una estrafalaria fiesta familiar con esos idiotas —prosiguió Serguéi—, en serio, hombre, preferiría que la anciana me pusiera de nuevo a remendarle los calzones que hacer algo así.
—¡Serguéi!
—¿Por qué queréis verlos? ¿Ya os habéis olvidado de lo insoportables que eran? ¡Todo el tiempo peleando y gritándose y haciendo gritar a papá! —Serguéi fingió una mueca de sufrimiento—. ¡Qué infierno de parentela! ¡Vaya suplicio! Pero por alguna razón, vosotros creéis que esto será un adorable reencuentro lleno de risas y recuerdos.
—La última vez que estuvimos todos juntos, ambos se pusieron a discutir por ver quien se quedaría con el libro favorito de mamá y fue tan estúpido —añadió Alekséi, dándole la razón.
—¡Lo sé! Yo robé ese libro y se echaron la culpa entre ellos —los gemelos rieron con sorna, delante de los ojos atónitos del resto.
—¡Qué descaro, Serguéi! —Irina le replicó indignada.
—¡¿Qué?!
—¡Llegaron a las manos ese día, animal!
—Sí, fue divertido.
Nadya podía recordar con claridad aquel desagradable incidente. Había visto rodar a sus hermanos por el suelo, propinándose golpes e incordiándose con insultos ante los gritos emocionados de los más pequeños, y el azoramiento de los criados que infructuosamente trataban de separarlos. Solo se calmaron cuando Yegor apareció en la habitación y los apartó, propinándole a cada uno un bofetón del que se acordarían de por vida.
Ciertamente fue una escena lamentable y muy poco digna de dos príncipes supuestos a gobernar naciones vecinas.
Ninguno volvió siquiera a preguntar por el otro en años.
—Eres un enredador, Serguéi, ¡cínico! —lo acusó Irina—. ¡Papá estaba furioso!
—¡Ese hombre nunca se alegra por nada! —discutió el aludido, cruzándose de brazos—. Y esos dos, se lo merecían. Siempre fueron unos cretinos, se sentían mejores que todos nosotros.
—¿Cómo puedes hablar así? ¡Son nuestra familia! —replicó Irina, imitándolo.
—¡Familia a la que no quiero ver! ¿Has oído lo que tu querida hermanita anda haciendo por ahí con todos sus soldados? Hubo una batalla o algo por el estilo en la aldea de Varbostky, la muy tonta pensó que podría capturar a unos cuantos militantes de la revolución. ¡Pésima idea! No solo estaban enterados, sino que desmantelaron su estrategia y arremetieron contra todo su regimiento.
—Dios mío, no lo sabía…
—¡Fue un desastre! Sujetos agonizando por todas partes, ríos de sangre y huesos rotos, no habrías soportado verlo. Cuando esos rebeldes los tomaron por sorpresa, tuvieron que emprender la retirada como un montón de perros asustados. Y Ekaterina fue la primera. —Serguéi entrecerró los ojos—. Estuvieron a punto de colgarla a la entrada de la aldea.
—Por Dios —Irina perdió el color y se volvió a sus hermanos menores con miedo.
—¿Crees que quiero terminar con una bala en la cabeza o con el estómago cercenado? ¡No, gracias!
—Pero…
—¡Déjame hablarte de Fedor! ¿Sabéis que hace poco atacaron su buque cuando recién llegaba de Svalbard? Debía hacer relaciones diplomáticas con unos tipos.
—Papá mencionó que estaba en Islandia —dijo Nadya.
—Islandia, Svalbard, ¡cómo sea! No puedo acordarme de todos los detalles, ¡Dios! Babushka nos contó todo. Le cortaron la lengua a la mitad de su tripulación. —Serguéi adoptó una expresión siniestra—. La otra mitad saltó al agua para no ser cogida por los revolucionarios. Fedor está tan traumatizado, que desde ese instante no se ha atrevido a salir de su camarote. Tal vez tengan que recluirlo de por vida.
—Sí, no sé porque tengo la impresión de que todo lo que dices es falso y estúpido. —Kolia habló con impertinente sarcasmo; su nariz parecía haber vuelto a la normalidad.
—Oye mocoso, cuida esa lengua —le espetó Serguéi—. En serio torpes, no llegué hasta donde estoy para seguir los caprichos de un montón de chiquillos…
—Una pocilga tenebrosa y abandonada a mitad del bosque, claro. —Kolia recibió un empujón del embaucador muchacho.
—… ¡y encima venís con este sujeto, que se cree muy chistoso! Si vais a seguir con eso, ¡tendréis que iros!
—Pero Serguéi, papá nos necesita…
—Bueno Nadya, papá necesita un montón de cosas de todos sus hijos, pero mírame, ¿acaso luzco como si me importara? —Serguéi se señaló a sí mismo con solemnidad—. Si así fuera no me verías aquí, sino usando un ridículo uniforme y perdiendo el tiempo con todos esos títeres del ejército. Pobres infelices.
—Bueno Serguéi, quizá deberíamos escucharla. Parece grave lo que tiene que decir… —Alekséi recibió una sonora colleja y enseguida se sobó la nuca.
Un estrepitoso sonido en la chimenea hizo que todos callaran y miraran en su dirección. El fuego se levantó en una llamarada, cambiando de verde al rojo. Algo estaba bajando.
—¿Qué… qué es eso? —musitó Nadya, temerosa.
—¡Babushka está en casa! —Alekséi se abalanzó sobre la mesa, haciendo a un lado los platos sucios y tomando un trapo para limpiar el espacio despejado, a la vez que su hermano entraba en la cocina—. Seguramente tendrá hambre.
—Ya lo creo que sí, esa vieja come por diez hombres. —Serguéi volvió a aparecer llevando una fuente llena de carne a rebosar; ahora se veía muy nervioso—. ¡Demonios! No le gustará que vosotros estéis aquí…
—Ella dijo que recibiríamos visitas, yo creo que se habría enfadado de antemano…
—¿Qué? —Iván alcanzó a pronunciar esta única palabra, antes de que algo saliera disparado de la chimenea, sobrevolando la habitación y haciendo gritar a sus hermanas.
Un pesado almirez aterrizó en el suelo. Frente a ellos, yacía la figura gruesa y encorvada de una mujer, dentro de una palangana de cobre que le llegaba hasta las caderas. Sostenía entre sus manos huesudas y deformes una escoba, y su rostro arrugado resaltaba fantasmagóricamente con el fulgor de la hoguera, haciendo relucir sus dientes de acero.
Nadya no necesitaba ninguna explicación para saber enfrente de quien estaba. Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza.
—Baba Yagá —murmuró.