13

BABA YAGÁ

 

—Parece hijos míos, que tenemos visitas esta tarde. —La anciana habló con una voz profunda y cavernosa, que a los recién llegados les heló la sangre—. Estaba esperándoles desde que el sol se levantó.

—Una vez más has dado en el clavo, babushka —dijo Alekséi alegremente—. Disculpa por no creerte.

—Vosotros dos seguís siendo demasiado torpes como para darle a esta vieja el respeto que se merece. —Baba Yagá saltó del almirez y soltó la escoba. Ambos objetos se quedaron suspendidos en el aire un segundo, cruzaron la habitación y entraron en un armario, ante los ojos atónitos de los visitantes—. ¡Muero de hambre! ¿Dónde está la comida?

Serguéi se movió de su camino para que pudiera sentarse a la mesa y llenó su copa de vino. La bruja comía vorazmente, desgarrando la carne con dos hileras de colmillos afilados y haciendo ruidos grotescos, que hicieron que a Nadya se le revolviera el estómago. A juzgar por los rostros de sus acompañantes, ellos sentían lo mismo.

Irina se había puesto pálida. Kolia e Iván estaban tensos y vigilantes, parecía que en cualquier momento volverían a tomar su hacha y su arco respectivamente.

—Esta carne está demasiado cocida —protestó la hechicera—, os dije que no la dejarais demasiado al fuego, ¿cuándo aprenderéis a hacer una cena decente para esta vieja? —Alekséi esbozó una sonrisita inocente—. ¿Y por qué no hablan estos jóvenes? ¿Acaso se han quedado sin voz? ¿O es que mi presencia les intimida demasiado? ¡No me gustan las visitas descorteses!  

Nadya miró con urgencia a sus hermanos, quienes también parecían haber perdido el habla.

—Usted ha dicho que nos esperaba —musitó Kolia.

—El viento me susurró que estabais en camino, lo supe desde hace dos noches —respondió la anciana—. Sé que habéis traído algo para mí.

Nadya salió de su anonadamiento y buscó aprisa en su bolso. De allí sacó una cajita de madera que Irina le había dado en su casa, en la que había colocado la rosa. Su hermana no era de las que escatimaban en precauciones. La milagrosa flor apareció, lozana como desde el primer día, apenas Baba Yagá removió la tapa.

—¡Oh! —Sus avejentados y oscuros ojos brillaron de deleite al verla—. Oh querida mía, querida mía…

Nadya supo que no se refería a ella, por la manera devota en que miraba la rosa. Sus horribles manos acariciaban cada pétalo con una ternura imposible de creer en un ser como ella.

Baba Yagá ordenó a los gemelos que calentaran un poco de agua y trajeran su taza de té. Alekséi vertió un poco del líquido cristalino en un pote que colocó al fuego, en tanto Serguéi extraía un grueso tazón de la alacena. Bastaron un par de minutos para que fuera depositado frente a ella, humeante.

Con cuidado, la anciana puso la flor en el recipiente y sus pétalos se abrieron, tiñendo el agua de azul. Ella dejó escapar un sonido de placer al sentir su aroma y a continuación, se llevó la infusión a los labios.

La temperatura no le molestaba.

Por un breve instante, fue como si las arrugas en su pálido y temible rostro se desvanecieran, asemejándolo a la cera al estar expuesta al calor. Mas fue solo un segundo, porque al siguiente, Baba Yagá volvía a ser tan vieja como se dice en los cuentos y canciones locales.

—Has sido generosa conmigo, Nadya Yegorovna —dijo solemnemente—, tienes derecho a hacer una pregunta. Piénsala bien, porque solo obtendrás una respuesta.

—¡¿Solo una?! ¡¿Tiene idea de lo que pasé para conseguir esa flor?! —La zarevna se paralizó al recibir una mirada amenazante de la bruja y tragó saliva—. Eh… querida babushka… —añadió, con un hilo de voz.

—Una pregunta.

—Pero… es que…

—¡No pongas a prueba mi paciencia, niña!

Nadya se mordió el labio. Dudó un instante y entonces dió dos pasos en dirección a Baba Yagá. La astuta mirada de la bruja parecía traspasarle la piel.

—Estoy aquí por causa de Koschéi el Inmortal. Él ha maldecido Voldova y a mi padre porque lo rechacé. ¡Tengo que detenerlo antes de que nos haga más daño!

Baba Yagá se quedó en silencio, sus ojos escudriñaban el semblante de la princesa. Esbozó una sonrisa burlona y Nadya estuvo segura de que lo sabía. Sabía que todo era su culpa.

—¿Koschéi? ¿De qué estás hablando, Nadya? —Serguéi se dirigió a ella como si fuera a reñirla—. ¡Eso no es más que un cuento!

—¡Silencio, mequetrefe! —lo amonestó Baba Yagá—. Eres igual a tu padre, ¡nunca quieres escuchar! Ahora ese hombre necio se está pudriendo en una mazmorra de su propio palacio, entretanto su nación se desmorona lentamente. ¡Tenía que llegar el día en el que alguien se hartara de él!

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que en una mazmorra?! ¡¿Qué diablos?! ¡¿Qué significa esto, mocosos?!

—¡He dicho que cierres la boca, pedazo de animal! ¡Escucha! Es verdad que Koschéi está de vuelta. Vosotros, pusilánimes mentecatos, no querréis averiguar lo que os puede pasar si no lo destruís antes de que él lo haga con su tierra. El destino de Voldova es más importante para ti de lo que imaginas, ¡presta atención, zángano!

—¿Qué? —Alekséi frunció las cejas—. Pero babushka….

—Koschéi se ha ido de vuelta al Inframundo, pero regresará. Solo está esperando el momento adecuado para reclamar lo que desea y arrebatarte tu voluntad —prosiguió ella, volviéndose a Nadya—, es muy orgulloso. Y también astuto. Si no fuera por la magia que heredaste de tu madre, probablemente te habría llevado con él desde el primer momento.

—¿La magia de nuestra madre? —inquirió Serguéi—. ¿Qué disparate es ese? Por muy esposa del zar que fuera, mamá sólo era una mujer común y corriente. ¿O no?

—¡Basta! No contestaré más que una pregunta —espetó Baba Yagá—. La única manera de acabar con Koschéi, es poseyendo su alma, la cual yace escondida en un sitio recóndito. No es tarea fácil, incluso un humano que logre dar con ella corre el riesgo de ser corrompido por su poder. Quien posee su alma, domina al Inmortal y pierde lo más importante: su propia humanidad.

—Nosotros jamás osaríamos hacer algo así —aseguró Nadya.

—Es fácil hablar, Nadya Yegorovna, no has vivido lo suficiente para conocer la verdadera naturaleza de los seres humanos —le advirtió la hechicera—. El corazón de las personas es igual que una matrioska. La primera cabeza puede ser hermosa y agradable. No obstante, mientras más cabezas retiras y más te vas acercando al interior, te das cuenta de que la última esconde un rincón minúsculo y profundo. Ahí es donde guarda sus pecados. Odio, avaricia, egoísmo y deslealtad. Así que os pregunto, ¿qué tanto podéis confiar en vosotros mismos? ¿Estáis dispuestos a arriesgar sus vidas para salvar a su padre?

Los ojos de la bruja contemplaron a cada uno de los hermanos, poniéndoles a prueba.

—Bueno… —Serguéi titubeó.

—Estamos dispuestos a llegar hasta donde haga falta —habló Irina con determinación—. Solo díganos lo que hay que hacer.

Baba Yagá esbozó una oscura sonrisa y se levantó de la mesa, levantando una mano para indicar a todos que la siguiesen hasta la chimenea.

— Si queréis desterrarlo definitivamente, debéis viajar a Buyán, la isla que aparece en medio del océano. —La mano de la anciana se movió en círculos por encima del humeante caldero, creando un remolino en el centro. El vapor se materializó en la forma de un islote—. Este lugar está custodiado por los vientos del Norte, el Este y el Oeste. Allí crece un gran roble. Bajo sus raíces se levanta una madriguera y en esta descansa un arcón de hierro. Dentro del arcón hay una liebre y dentro de la liebre un pato, y dentro del pato un huevo. Es aquí donde reside el alma del Inmortal, tan frágil y pequeña como para pasar a través del ojo de una aguja.

—¿Un roble? ¿Un huevo? ¿De qué estás hablando, babushka? No entiendo nada de lo que quieres decir —se quejó Alekséi.

—¡Calla, muchacho! Haz caso a las palabras de esta vieja. —Baba Yagá le asestó un pellizco al joven, haciéndolo quejarse—. Una vez que hayáis conseguido el huevo, ¡rompedlo! Koschéi irá detrás de vosotros, puede que trate de tentaros u os amenace para recuperar su muerte. ¡No os dejéis engañar por él! De lo contrario, no solo perderéis a vuestra hermana pequeña. El zar perecerá. —La forma sobre el caldo se disipó en cenizas, que volaron por toda la habitación—, ¡y Voldova caerá en las manos de vuestros enemigos!

—¿Ha dicho una isla? —Kolia intervino de nuevo, repentinamente alarmado—. No sabemos nada de navegar…

—Fedor conoce bien el mar, tiene un barco en Vilkov —dijo Nadya—. Él nos llevará hasta ahí.

—Mi padre no mencionó nada sobre navegar —insistió el rubio a la defensiva—, creí que este viaje sería solo por tierra, no por agua.

—Nikolái Pietrovich, tienes demasiado orgullo en ti mismo como para aceptar que sientes miedo —dijo Baba Yagá bruscamente, asustando al mencionado—, tú no sabes dejar el pasado atrás. Debes aprender a deshacerte de tus temores si esperas convertirte en un hombre como tu padre.

El joven miro fijamente a la vieja por unos segundos, antes de soltar un respingo y desviar su mirada de plata, desdeñoso y preocupado. 

—Pobre Kolia. Debe sentirse inquieto —murmuró Irina a su hermana—, apuesto a que nunca ha viajado en barco.

—Es así todo el tiempo, no hace más que quejarse —susurró Nadya, arrugando el entrecejo y mirándolo por el rabillo del ojo. En secreto se preguntaba a que cosas del pasado se estaría refiriendo Baba Yagá—. Es desagradable y un ave de mal agüero, eso es lo que es.

—Parece un chico apuesto. —Alekséi se metió en la improvisada conversación, provocando que las muchachas lo vieran con asombro—. ¿Qué? —Él se encogió de hombros, como si no hubiese dicho nada del otro mundo.

—Tendréis que poneros en camino inmediatamente, se os está agotando el tiempo. —Baba Yagá volvió a atraer la atención de todos, autoritaria—. Debéis romper ese huevo tan pronto como sea posible, no os olvidéis.

—Y cuando lo destruyamos, ¿qué pasará con papá? —preguntó Nadya—. Él estará bien, ¿cierto? 

—Solo tenías derecho a hacer una pregunta.

—Pero…

—¡Romped el huevo! Es lo único que debéis recordar.

Nadya resopló y se volvió hacia su hermana, incapaz de apaciguar su inquietud.

—Buscar una isla, dar con un huevo… este viaje se complica más a cada paso que damos —dijo Iván con desazón.

—No os preocupéis, hay que hallar a nuestros hermanos mayores —dijo Irina—, estoy segura de que ellos nos ayudarán.

—Bueno, ya estamos otra vez con eso. Mirad, no sé exactamente lo que ha pasado y tampoco me interesa mucho. Pero estoy convencido de que todo esto que proponéis es una mala idea, quiero decir, ¡qué demonios! Si papá está preso es por una razón —protestó Serguéi—, es malo con su familia, es malo con sus súbditos e incluso es malo consigo mismo. Y yo lo siento mucho pero vamos chicos, ¡no podemos ir por ahí arreglando las cosas que Su Majestad echa a perder! En especial cuando ha sido tan desconsiderado con cada uno de nosotros, ¿recordáis? Necesitamos poner esto en perspectiva, ¿no lo crees, hermano?

—No lo sé, Serguéi, parece que esto va en serio. —Alekséi se ganó otra colleja de su gemelo—. Bien, tal vez solo un poco de perspectiva —añadió, sobándose la nuca.

—¡No puedes ser tan egoísta, Serguéi! Esto es un problema de todos —lo riñó Irina.

—Pues lo soy y me importa poco si estáis de acuerdo o no —dijo él descaradamente—. ¿Ya os olvidasteis de todo lo que hemos pasado tratando de darle gusto a ese hombre? ¡Ni siquiera tú puedes ser la excepción, Nadya! Jamás le ha interesado nada de lo que deseamos en la vida, ¡solo sabe recriminarnos por no ser como él quiere! Entonces, ¿por qué iba a molestarme en ayudar a un hombre que es tan déspota y mezquino hasta con su propia familia? ¡¿Acaso os volvisteis locos?!

—Sé que papá no ha actuado de la mejor manera estos años —admitió Nadya—, pero si le dierais una oportunidad, estoy segura de que cambiaría.

—Y yo estoy seguro de que lloverá vodka del cielo.

—Tú no lo entiendes, Serguéi —le reprochó Iván—, si no arreglamos esto, ¡Nadya será llevada al Inframundo!

—¡Bah! Seguro que puede ocultarse, ¿tú puedes darle asilo aquí, no abuelita? Es una cabaña mágica.

—Eso sin duda va a incrementar la deuda que tenemos con babushka, pero si no hay más remedio…

—¡Oídme bien vosotros dos! —Irina aferró a los gemelos por las orejas fuertemente, forzándolos a inclinarse y arrancándoles alaridos—. ¡Vamos a ir a buscar esa isla, así os tenga que sacar a rastras de aquí! ¡Nadie va a quedarse sin hacer nada!

—¡Rayos, Irina! ¡Esto nos va a dejar marca! —se quejó Alekséi.

—¡Vaya par de cobardes! Deberíais de miraros, mamá estaría sumamente avergonzada.

—¡No metas a mamá en esto, pequeña bruja! —Serguéi dejó escapar otro chillido cuando su hermana le retorció el lóbulo—. ¡Está bien, demonios! El caso es que no podemos irnos —confesó, sosteniendo la mano que lo sujetaba y apartándola con firmeza—, Alekséi ya lo dijo, ¡tenemos una deuda que pagar con la abuela!

—Creí que habían dicho que os estaba dando albergue —dijo Nadya.

—Deuda, albergue… para el caso es lo mismo: no podemos marcharnos. Aún falta mucho por hacer para agradecer la hospitalidad de babushka. —Serguéi esbozo una sonrisa intranquila y miró a la anciana, que murmuraba cosas y revolvía el caldo.

—Entramos en su casa sin permiso pensando que era una cabaña abandonada y no lo tomó muy bien —dijo Alekséi por lo bajo—, desde entonces, hemos estado haciendo todo tipo de labores para ella. Le prometimos un año de servidumbre.

—¡¿Un año?!

—Por lo menos.

—Era eso o ser devorados —agregó Serguéi, encogiendo los hombros.

—Vosotros realmente no tenéis remedio —Irina se llevó una de sus delgadas manos a la frente y negó con la cabeza.

—Babushka no es tan mala como se dice por ahí, ha tenido un montón de paciencia con nosotros, ¡y hasta le gusta nuestra música! —dijo Alekséi.

—La pobre necesita compañía, se pasa los años sola sin hablar con nadie, ¿creéis acaso que seríamos tan ingratos como para abandonarla? —añadió su gemelo, fingiendo una exagerada compasión—. Ni somos tan desalmados, ni vosotros necesitáis tanto de nuestra ayuda como para no continuar por vuestra cuenta. Así que no contéis con nosotros.

De improviso, Baba Yagá lo miró con una terrible mueca de disgusto.

—¡Serguéi Yegorovich, eres el más hipócrita y sórdido rufián que alguna vez ha puesto los pies en esta casa! —exclamó, alarmando a todos y consiguiendo que el susodicho saltara del susto—. No haces más que causar problemas cuando no estás tocando ese violín infernal o mintiendo con esa boca sucia, ¡a mí, que conozco bien a los de tu calaña! En lo que a mí respecta, ¡tus servicios y los de tu hermano no son ya requeridos en este lugar! ¡Así que sé un hombre por una vez en tu vida y haz lo que debes! ¡Y mejor que no te vuelva a ver husmeando por mis tierras —lo amenazó—, o no volveré a reconsiderar el arrancarte la carne de los huesos!

Pálido y estupefacto, Serguéi retrocedió hasta quedar lejos del alcance de la bruja.

—Bueno, pues parece que no tenemos más opción —pronunció Alekséi—, solo hay un problema, babushka. Estamos demasiado lejos de cualquier pueblo, no llegaremos muy lejos antes de que se ponga el sol.

—Eso no será ningún inconveniente en tanto ponga a andar esta vieja choza. —Baba Yagá se dirigió refunfuñando hacia una ventana—. La pondré a caminar toda la noche de ser necesario.

—¿Toda la noche? ¿Entonces es verdad que…? —Irina dejó a medias la frase, parpadeando al ver como volvía a llamar a su escoba y daba con ella un par de golpes al techo.

Al instante siguiente, sintieron como la cabaña se elevaba del suelo y se movía, dando tumbos que de milagro no tiraron los objetos de las repisas. Afuera, el caballo de Nadya relinchó de espanto. Cuando la chica se asomó por la ventana, se percató de que efectivamente, avanzaban a pasos agigantados.

Las historias que se contaban eran ciertas: la casa era capaz de desplazarse por sí sola, gracias a las enormes patas de gallina que le habían brotado por abajo y que ni siquiera había notado cuando se hallaba asentada en la tierra.

Había un buen tramo de jardín entre la valla y el hogar de la bruja. Allí encontró a Misha, con todo y carromato, al borde de los nervios. Nadya trató de tranquilizarlo.

—Tu caballo estará bien, niña, ¡hazte a un lado! —farfulló Baba Yagá, apartándola del ventanal y sacando la mano para tomar uno de los cráneos que custodiaban la valla—, ¡toma esto!

—¡Oh!

Nadya hizo una mueca de horror al recibir la calavera. 

—¡Quita esa cara, mocosa! ¡Vais a necesitar luz si pretendéis alejaros una sola versta 1 de Voldova! La costa está cercada por la niebla. ¡Ja! Deberías agradecerme de rodillas, no suelo ser tan benévola con los humanos.

A espaldas de la anciana, Serguéi alzó ambas cejas y le envió una mirada significativa, urgiéndola a obedecer. 

—En verdad te lo agradezco, babushka.

—¡Bah! Es cuestión de tiempo antes de que lleguemos al sitio donde se encuentra vuestra hermana mayor. Será mejor que no me estorbéis, ¡ocupaos en algo como vuestros hermanos!

Los recién llegados se vieron obligados a formar parte de las labores domésticas, que parecían nunca terminar. Ya fuera remendando la ropa, lavando los platos o fregando los pisos, Baba Yagá les dio motivos para mantener las manos ocupadas.

Pasaron la noche casi en vela, cansados y sobresaltados, entre los pasos tambaleantes que daba la isba y los murmullos de la propia hechicera. Solo los gemelos roncaban a pierna suelta en literas improvisadas, acostumbrados como debían estar a todo aquel ajetreo.

Acurrucada junto a Irina en un sofá cercano a la chimenea, Nadya no logró dormir más que un par de horas.

Al amanecer se detuvieron en la frontera del bosque. Los chicos se apresuraron a montar en el carro, que salió despedido hacia el suelo cuando la cabañuela se inclinó. Misha, asustado, se encabritó y echó a correr para alejarse de ahí como alma que llevaba el diablo.

—¡Y no olvidéis nada de lo que os he advertido! —gritó Baba Yagá, mirando como el vehículo se perdía en la distancia.

Luego dio media vuelta, volvió a entrar en su casa y regresó a la espesura de los abedules.

*    *    *

—Comandante Komarov, la princesa huyó hace varias horas. Iba acompañada por dos jóvenes y estuvieron en casa de su hermana, la Gran Duquesa Irina.

Dimitri asintió al escuchar el informe del soldado. Esa misma mañana había recibido un telegrama urgente. Un par de sus hombres se habían encargado de ir hasta el pueblo de Polski, preguntando a la gente por cualquier acontecimiento fuera de lo común que hubiesen notado el día anterior. Fue inútil acudir al hogar de Su Alteza, el mayordomo se negó a dejarlos pasar, arguyendo que su ama se encontraba indispuesta y no recibía a nadie. Ese hombre no sabía mentir.

Y aparentemente, Nadya era más rápida de lo que pensaba.

—Nuestras averiguaciones indican que escaparon de madrugada hacia el bosque —continuó su subordinado—, ¿desea usted que avancemos la búsqueda?

—Ya me hago cargo. Ve a buscar a Kozlov para que lleve un mensaje al telégrafo. Preciso que llegue a su remitente de inmediato.

—¿Algún destino en particular, señor? 

El joven sonrió, prepotente.

—Hace demasiadas preguntas, soldado. El destino solo le concierne a mi hombre de confianza, ¿ha entendido usted?

El militar se apresuró a enmendar su imprudencia, ofreciéndole un saludo respetuoso.

—¡Sí, mi Comandante!

—Entonces, ¿qué estás esperando? ¡Trae a Kozlov! ¡Y ni una palabra de esto a nadie más!

Mientras el soldado se marchaba, Dimitri le echó un vistazo a su reloj de bolsillo y sonrió maliciosamente. Hasta el momento, la suerte se había mantenido del lado de la pequeña hija del zar, pero él era más astuto y sabía prever sus obstáculos. Sus subordinados vigilaban cada poblado en Voldova, tarde o temprano, alguno localizaría a la zarevna y la apresaría junto a quien fuera que le hiciese compañía.

Lo verdaderamente importante, era deshacerse del estorbo que seguía obstruyendo su camino.

En silencio, bajó a los calabozos. Las llaves que colgaban de su cinturón emitieron un breve tintineo, seguido por el rechinar de los goznes en la última puerta de un largo pasillo. Ante él apareció una celda minúscula, fría y mugrienta, apenas iluminada.

Su mano volvió a aferrar el anillo.

De no haberlo visto con sus propios ojos, Dimitri no habría creído lo que yacía en un rincón del cadalso.

La figura del zar se perfilaba bajo el delgado haz de luz que atravesaba un pequeño ventanal, en lo alto del habitáculo. Jamás había lucido tan triste y patético. Tenía el rostro pálido, la mirada cansada y el pelo revuelto. Su traje de gala estaba sucio y la banda que cruzaba su chaqueta, desgarrada. Juraría que las hebras plateadas que se mezclaban con sus barbas y sus cabellos se habían incrementado. Su Majestad parecía haber envejecido diez años en tres noches.

Sin embargo, no fue eso lo que le tomó por sorpresa.

Lo que realmente lo impresionó, fue descubrir que las piernas, la cintura y parte del torso del monarca, eran de piedra.

Dimitri ahogó una exclamación.

—¿Qué clase de ilusión es esta? —se escuchó murmurar.

—¿Has venido a regodearte con mi desgracia? —La voz del emperador escapó en un murmullo débil y ronco—. Creí que tu lealtad valía más que esto, Dimitri Vladímirovich.

—Mi lealtad es para Voldova y vale más que su palabra —escupió el susodicho con desprecio—. Mire que bajo ha caído, cuanto daño le ha hecho a su gente. No es más que un tirano que está empezando a pagar por su negligencia.

—¿Dónde está Nadya? ¿Qué le habéis hecho?

—Ha sido confinada a sus aposentos, no tiene permitido salir de ahí pero recibirá las atenciones de su doncella. Como ve, hemos decidido tenerle algunas consideraciones. No las merece, por supuesto, pero de nada serviría ensañarnos con una chiquilla, ¿no es así? No cuando quien se ha ganado el peor de los castigos, es usted.

—No eres nadie para tomar esa decisión.

—¡El pueblo ha tomado la decisión! ¿No comprende que sus súbditos dejaron de respetarlo? ¡Es a ellos a quienes les ha fallado! ¡Son ellos quienes esperan justicia!

—Dejándome morir como a un perro en las mazmorras de mi propio palacio.

—Si le soy sincero Majestad, se suponía que su muerte fuera rápida y sorpresiva. Sus invitados se habrían quedado estupefactos al verlo desfallecer a causa de un repentino mal del corazón. Pero nunca llegó a beber de la copa. Encuentro que esto es mucho más apropiado, será bueno que sienta el hambre que atormenta a su pueblo, antes de morir.

Los ojos de Yegor lo contemplaron fijamente. No había en ellos odio, ni el temor que tanto ansiaba despertar en él, sino una profunda decepción.

—Recuerdo cuando llegaste a palacio, Dimitri. Eras un niño asustado y enojado con la vida. Echabas de menos a tu madre. Tu padre no sabía consolarte, así que mi esposa lo hizo por él. Luego, creciste, tu padre conquistó mi confianza y me hice cargo de ti. Tu vida no fue muy distinta a la de un joven aristócrata, al fin y al cabo, gozaste de la misma educación que mis hijos —suspiró—, así que no me explico, porque traicionarías al hombre que te protegió todos estos años. Tal parece que me equivoqué al pensar que estaba haciéndome con un buen aliado.

—No, se hizo con un lacayo, que es distinto. Procuró sobre todo contar con mi silencio, ¿ha olvidado cuál fue el motivo que lo llevó a interesarse por mí, en primer lugar? De no haber sido así, solo sería otro soldado común y corriente. Creía que nunca iba a cuestionar sus órdenes, que siempre estaría a su disposición. Esos días se acabaron, igual que está acabando su reinado. Verá, Excelencia —el título abandonó los labios del Comandante como un dardo envenenado—, todo hombre aspira a mejores cosas en la vida y naturalmente no soy la excepción. 

Yegor dejó caer su cabeza, abatido. Se llevó la mano al pecho y comprendió que no le quedaba mucho tiempo.

—De modo que esas son tus intenciones, ¿quieres despojarme de mi corona? ¿Vas a matar a mis hijos? ¿Los exiliarás? Debo suplicarte que seas compasivo con ellos, ninguno tiene la culpa de mis equivocaciones. Puedes quedarte con mi trono si así lo deseas, pero te advierto, no es tan sencillo. Ya entenderás que gobernar es mucho más que suplantar a un monarca legítimo, por más daño que haya hecho. Supongo lo comprenderás a la larga, cuando te sientes en él.

El joven dejó escapar una risa sarcástica.

—¿Sabe, Majestad? Hay algo que debo decirle. Y no me gustaría que nos dejase sin saberlo… 

Sin más testigos que las sombras de aquella miserable mazmorra, Dimitri le reveló al zar algo que lo llenó de horror.

¿TE HA GUSTADO LA HISTORIA? ¡ADQUIERE LA NOVELA EN AMAZON Y DESCUBRE SU FINAL!