6
LO QUE TRAJO EL VENDAVAL
Algo extraño y oscuro estaba ocurriendo en Voldova. Lo supo la noche anterior, cuando una terrible ventolera hizo que bailaran los árboles y sus hermanos pequeños se quejaron del sabor de la leche. No habían sido los únicos.
Pronto se enteró de que la comida fresca se estaba secando en todas las casas de la aldea, al grado de amanecer convertida en cenizas. Y ahora, el bosque se despertaba bajo un manto de nubes grises.
—¡Es la maldición de la muerte! —Había afirmado su hermana con fatalidad—. Está apoderándose de todo a su paso, ¡todos estamos condenados!, ¡mamá me lo advirtió! ¡Hay que ir a dejar ofrendas al bosque y rezar para que la muerte se apiade de nosotros!
Su padre le había mandado callar, preocupado por el efecto que sus palabras pudieran ocasionar en la gente, ya muy alarmada de por sí. Claro que antes habría que ver si alguien se atrevía a tomarla en serio.
Todos en la villa pensaban que Masha 1 estaba loca.
Él también solía pensarlo, aunque evitara ser tan cruel como sus vecinos. No obstante, vistas las circunstancias, cabía la posibilidad de que por una vez en la vida, la muchacha tuviese razón.
Reflexionando, Nikolái Sokolov marcó la corteza de un tronco con su hacha y aguzó el oído, con la vaga esperanza de percibir algo más que el impenetrable silencio de los árboles.
Todos los animales estaban ausentes. Ni los pájaros se habían levantado para cantar, ni las hojas de los abedules emitían el menor murmullo.
Bufó y se retiró un mechón de pelo de la frente. Sus ojos grises se volvieron hacia su compañero, un chico pelirrojo y desgarbado, que se movía de manera despreocupada. Llevaba el pelo largo y atado en una coleta, y sostenía en las manos un arco de madera fina.
Le vio tomar una flecha de su carcaj y dispararla hacia la rama más alta de un árbol, aburrido. Hacía horas que los hombres se habían levantado para cazar; con todo lo que estaba ocurriendo, necesitarían acumular alimentos que pudieran conservarse por un tiempo prolongado y la carne resultaba esencial.
Él no era un buen cazador, no le gustaban las armas de fuego, ni sabía usar el arco. Su intención al acompañar a los otros, era ayudar en lo que pudiese y averiguar lo que pasaba en el bosque, al cual únicamente solía ir a buscar madera.
—Parece que no empezamos con el pie derecho, ¿eh, Kolia 2?
—El día apenas está comenzando, Iván —le respondió él para animarlo, en vano.
—Ya, ¿y qué crees que este sucediendo? Tu padre parecía muy preocupado anoche, creo que sospecha algo y no nos lo quiere decir.
—Mi padre se imagina muchas cosas.
—Pues lo de ayer no era imaginario.
Kolia hizo una mueca y se quedó callado, repitiéndose a sí mismo la pregunta y siendo incapaz de imaginar una respuesta coherente.
—Seguro que los demás ya han cazado algo —musitó.
Un sonido distante los interrumpió de imprevisto. Se trataba de un grito agudo que, a lo lejos, quebró el silencio del bosque, seguido por una serie de relinchos.
Ambos muchachos se miraron entre sí, antes de dirigirse a toda velocidad hacia el lugar de donde provenía el alboroto. Nada más llegar, se percataron de que los cazadores estaban congregados en torno a un roble, de cuyas ramas colgaba una gruesa red.
Era una de las trampas que habían colocado el día anterior, a la espera de que algún animal pasase por allí. Algo en su interior se removía de manera desesperada.
—¡Pues tal parece que ya habido suerte! —exclamó Kolia con renovado buen humor, abriéndose paso entre los robustos sujetos.
Iván fue tras él y se mantuvo a cierta distancia. Sus ojos se abrieron atónitos al notar lo que yacía entre las redes. No era ningún animal.
—¿Qué demonios?
Kolia arrugó el ceño y le devolvió la mirada a la jovencita de cabellos negros que luchaba por escapar. Debajo de ella, un caballo de crines marrones movía la cabeza de modo desafiante.
—¿Qué significa esto?
—¿No lo estás viendo, muchacho? Parece que una presa ha caído en nuestra trampa —comentó uno de los aldeanos con sorna, ganándose las risas de sus compañeros.
—¡Bah! No es más que una chiquilla —dijo Kolia despectivamente—. ¿Qué os pensáis que vamos a hacer con ella? Mirad como tiembla, parece un ciervo asustado.
—¡Hey! —La chica hizo un puchero y se revolvió de nuevo.
Dos individuos del grupo tomaron las riendas de su caballo, que no dejaba de relinchar.
—¿Y así os llamáis cazadores? ¡Más hubiese valido que cayera un mísero conejo en la red! A papá no le gustará esto.
—Miras demasiado la paja en el ojo ajeno, para ser alguien que no ha cazado ni un pajarito en su vida, Nikolái Pietrovich.
Un coro de voces disconformes se mostró de acuerdo con esta última afirmación, increpando al joven.
—Yo soy leñador y carpintero, no cazador. Si lo fuera, me habría molestado en atrapar algo más que a una niñita pálida y flacucha —respondió él con soberbia.
—¡Oye, mira quién habla! ¡Eres más pálido que yo! —chilló la aludida, señalando su piel blanca y el rubio platino de sus cabellos—. ¡Y esa no es manera de dirigirse a la hija de un zar!
—¿Qué has dicho? —Kolia la miró severamente.
—Dije que mi padre es el zar —replicó ella—, si no me dejáis ir de inmediato, hará que todos vosotros seáis ejecutados.
La única contestación que obtuvo fue una carcajada estrepitosa por parte de aquellos hombres, quienes lejos de asustarse por la amenaza parecían divertidos. Tras ellos, Iván frunció el entrecejo y miró a su alrededor, nervioso.
—Sí, claro, ¿habéis oído todos? Estamos enfrente de la realeza —pronunció Kolia sarcásticamente, alzando una de sus cejas—. Ahora podremos pedir un rescate a Su Majestad.
—Estoy hablando en serio, si no me bajáis en este instante…
—¿Qué? ¿Qué es lo que harás? —Kolia enganchó una de sus manos en la red y tiró de ella hacia abajo, solo para dirigirle otra mirada intimidante—. ¡Estás en nuestras manos! Y estoy pensando que hablas demasiado para mi gusto. —La joven tragó saliva al ver como alzaba su hacha y la exhibía ante ella—. Será mejor que cuides tu manera de dirigirte a mí. No dejaré que ninguna chiquilla… ¡augh!
El chico soltó la red y retrocedió adolorido cuando la muchacha le asestó una patada en la cara, ocasionando que los otros riesen con más ganas que antes.
Furibundo, tiró el hacha al suelo y se sujetó la nariz con una mano. Su rostro estaba tan colorado que parecía haber sido atacado por una súbita fiebre.
—¡¿Estás loca?!
—¡Bájame de aquí! ¡Es una orden!
—¡Bruja!
—¡Idiota!
—¡¿Quieres que te deje ahí, colgando como un animal todo el día?!
—¡Tú eres el animal! ¡Grosero!
—¡Se acabó! Voy a…
—¡Espera! —La voz de Iván lo detuvo, atrayendo la atención de los hombres.
Los ojos de la chica se fijaron en él, asustados y expectantes.
—Suéltala.
—Pero…
—Suéltala, Kolia —repitió el pelirrojo, con una extraña expresión—. Te lo pido.
Refunfuñando y sin dejar de apretarse la nariz, el aludido recogió su hacha del piso y la arrojó con destreza hacia el tronco del árbol, en donde se incrustó cortando limpiamente las cuerdas que sostenían la red. La adolescente cayó bruscamente, emitiendo un chillido de dolor y provocando otra oleada de risas.
«¡Qué humillación!», pensó avergonzada, conteniendo las lágrimas de cólera que empañaban sus ojos solo para no darle gusto a ese desagradable sujeto.
Lo odiaba profundamente.
Con tanta dignidad como le fue posible, se quitó de encima los restos de la red y se incorporó. Su mirada malhumorada y recelosa se paseó por todos aquellos desconocidos, hasta detenerse en el pelirrojo, que a su vez la observaba lleno de incomodidad.
Su pelo, su nariz, su porte y la manera en la que se tocaba la nuca le parecían muy familiares. Había dos cosas que delataban su identidad: la pequeña cicatriz que marcaba su barbilla y esos ojos verdes, idénticos a los de su madre.
—¿Iván? —La princesa parpadeó, consternada—. ¿Eres tú?
—Eh… hola, Nadya. ¿Cómo te va?
—¿La conoces? —inquirió Kolia, dejando de sobarse la roja e hinchada nariz.
—¡Por supuesto que me conoce! ¡Iván, no puedo creer que seas tú!
Lo siguiente que el mencionado supo, luego de escuchar la exclamación de alegría de Nadya, fue que sus menudos brazos habían rodeado su torso y ahora estaba haciéndolo girar con ella, mientras los cazadores los contemplaban con perplejidad.
—¡Es increíble que estés aquí! ¡Papá te ha estado buscando por todas partes! ¿Por qué no regresaste a casa? ¡Se suponía que lo hicieras después de volver del internado!
—Bueno… eh, sí, esa es una larga historia. ¡Mira cuánto has crecido!
—¡Tú también! ¡Tonto! ¡No debiste desaparecer de esa manera!
Iván se quejó al sentir como la chica le pegaba en el antebrazo.
—¡Fue muy desconsiderado de tu parte! ¡Papá estaba muy preocupado! Primero los gemelos y luego tú, ¡sois más buscados que un criminal! Lo sabes, ¿no?
—¡Para ya, Nadya! Vamos, te prometo que te explicaré todo…
—Iván —Kolia le puso una mano en el hombro, alarmado—. No estamos solos.
A su alrededor, los hombres empezaban a murmurar con desconfianza y miraban atentamente a los hermanos. Iván se envaró, como si hubiera cometido una imprudencia.
—Un momento, ¿eso significa que lo que dice esta muchachita es verdad?
—¿Quién eres tú, Iván Pietrovich? ¿Eres un simple huérfano o un príncipe?
—La verdad es que bien vista, la pequeña sí parece una princesa, ¿no?
—¿Nos has mentido todo este tiempo, chico?
Al verse acribillado por los reclamos de sus compañeros, Iván tragó saliva.
—No os he mentido. Simplemente preferí… mantener en privado cierta información.
—¡De modo que es cierto! —Las voces de los aldeanos volvieron a alzarse indignadas, a la vez que Iván y Kolia trataban de tranquilizarles, sin éxito.
—¿Sabes la clase de problema en el que nos podemos meter? ¡Si es que no lo estamos ya!
—Si el zar se entera de que hemos estado ocultando a su hijo todo este tiempo, ¡nos hará ejecutar a todos!
—¡Y además ofendimos a su hija!
—¿Y tú, Kolia? ¿Estabas enterado de esto?
—Iván —Nadya lo haló del brazo y se colocó detrás de él para hablarle—, ¿es que ninguno de estos hombres sabía quien eras en realidad? ¿Por qué nunca se los dijiste?
—Porque un príncipe no puede mezclarse con aldeanos —respondió Kolia en su lugar, de forma hostil— y ahora que lo teníamos todo bajo control, llegaste tú a descubrirlo. ¡Lo has estropeado todo, niña!
—¡No soy una niña! Acabo de cumplir dieciséis años. Y demando respeto.
—No cabe duda que es hija del zar, es tan altanera como él. —Se atrevió a decir alguien en voz baja.
—Pues claro que lo soy. Mi nombre es Nadezhda Yegorovna Romanova, Gran Duquesa de Voldova. —Hizo una pequeña inclinación—. Y… Su Majestad me ha enviado desde Ribenskov para cumplir con una importante encomienda —añadió, ansiosa por ganar algo de autoridad ante aquellos individuos.
A su alrededor hubo otra serie de murmullos. Kolia enarcó una ceja de nuevo y observó como intentaba imponerse ante los cazadores, con su baja estatura y su voz infantil.
Parecía un ratoncito tratando de amedrentar a una pila de osos.
—¿Una encomienda? ¿Qué clase de encomienda? —preguntó Iván—. Me cuesta creer que mi padre te haya dejado salir sola de palacio, hermana.
—¡Pero es así, Iván! Estoy aquí porque algo terrible va a ocurrir en Voldova.
—¿A qué te refieres?
—No es seguro hablar aquí, ¿podemos ir a otro sitio? —Lo urgió Nadya, más nerviosa que al caer en la trampa.
Iván frunció el ceño y se volvió hacia Kolia, quien suspiró.
—Supongo que por hoy tendremos que postergar la caza —dijo—, ¡en marcha todos! Hay que volver a la aldea.
—Ya lo creo que sí, muchacho. Tú y tu amigo tendréis que darle una buena explicación a tu padre.
Kolia arrugó la frente y le envío una mirada molesta a la zarevna. Nadya tomó las riendas de Misha y se colocó al lado de su hermano, sintiéndose segura. Él no hacía más que mirarla con atención.
—Realmente has cambiado muchísimo —dijo, sonriendo—. Te pareces bastante a papá. Tienes sus ojos.
—¿Por qué te encuentras con estos hombres, Iván? —inquirió ella, confusa—. ¿Es qué te dedicas a hacerle daño a la gente que se pierde por aquí? ¿Les robáis a los viajeros?
El joven rió de buena gana.
—Por supuesto que no, Nadya. Estos hombres no son bandidos, son habitantes de la aldea de Zalesky. Lo único que hacen es cazar. Puede que sean algo amenazantes cuando algún desconocido llega a extraviarse por aquí, es que son muy celosos de sus tierras. Pero no le harían daño a nadie, que no te engañe su aspecto.
—¡Ese chico iba a matarme!
—¿Kolia? ¡Jamás! Él sería incapaz de matar a una mosca. Solo pretendía asustarte porque… bueno, así es él, no confía mucho en la gente. Sucede que es un tipo reservado. Si lo sabré yo.
—Y bastante maleducado —repuso Nadya con desdén—. Entonces, ¿has estado con estos aldeanos todo el tiempo? ¿Por qué no volviste a casa? Papá mencionó que solo le dejaste una carta diciendo que te ibas lejos y después de eso ya no volviste a escribir. Ha estado muy angustiado…
—¡Bah! Ese es un tema complicado. Tú sabes bien lo exigente que puede ser papá, ¡imagina lo que diría si supiera que vivo como un campesino! Quería que me enlistara en la milicia apenas terminara mis estudios, ¡eso no es para mí!
Nadya asintió con la cabeza, apenada. La última vez que había visto a su hermano, ella tenía doce años y él catorce. Siguiendo la tradición de los hombres de la familia, Iván se marchó a un internado en Moscú para culminar sus estudios básicos. Se suponía que regresara a Voldova y se enlistara en el ejército, orden que omitió deliberadamente.
Solo un verdadero valiente se habría atrevido a desafiar al emperador de esa manera.
Iván poseía un espíritu aventurero e imposible de domar. El día que llegó al mundo, durante una mañana helada de Diciembre, la partera y las criadas se sorprendieron al escucharlo llorar con toda la fuerza de sus pequeños pulmones. Supieron al instante que iba a ser un chiquillo intrépido.
Desde niño le encantaban los animales y se llevaba con ellos mejor que con muchas personas. Odiaba estar encerrado, prefiriendo en cambio correr y trepar por los árboles, o seguir rastros en los jardines. Coleccionaba hojas, ramas, piedras y algunos bichos que habían hecho gritar en más de una ocasión a las mucamas, quienes entraban con terror a hacer la limpieza en sus aposentos.
Lo que más amaba era el tiro con arco, habilidad que dominaba con gran destreza y mortificaba a sus criados, a sus profesores y a su propio padre. Ninguno de ellos consiguió arrebatarle dicha diversión.
Al cumplir diecisiete años y sabiendo lo que le esperaba al volver a su patria, Iván se decidió. Antes de que el tren que lo llevaba a la ciudad capital llegase a la estación, saltó por una ventana, dejando en su vagón una carta en la que justificaba su proceder de forma pobre y precipitada.
La vida que había conocido hasta entonces, llena de lujos y restricciones, no significaba nada para él. Dormir en una cama con sábanas de seda y cortinas de terciopelo, era poco comparado con la libertad de ir a donde quisiera.
Y aunque los soldados de su padre lo buscaban incansablemente, un buen día, el zar tuvo que reconocer que tal vez aquello fuese inútil. Quiso creer que ya habría de volver por su cuenta, cuando pasara necesidades.
Si tan solo supiera que tenía todo lo que le hacía falta allí mismo.
—Entiendo que sintieras que debías huir, ¿pero por qué ocultarte aquí? No creo que la gente te recibiera con los brazos abiertos, ¿o sí?
—Eso es verdad. Llegué a Zalesky por casualidad, hermanita. No voy a negarte que fue difícil al principio, sin embargo, ¿qué más iba a perder? Tuve que convencerlos a todos de que era un buen muchacho. Incluso a Kolia —le confesó, con una sonrisa traviesa que ella no pudo evitar devolverle.
Aún le parecía seguir viendo a aquel niño revoltoso, con los cabellos desordenados y las ropas manchadas de barro, del que conservaba tan buenos recuerdos.
¿Cómo estarían el resto de sus hermanos?
—Ya vamos llegando —anunció Iván de buen talante—, Nadya, no sé que sea eso tan grave que tienes que decirme. Pero cualquier problema que tengas, estoy seguro de que esta buena gente podrá ayudar en algo para resolverlo. Desde que estoy aquí, la familia de Kolia me ha acogido igual que a un hijo. Te agradarán.
Ella deseó que estuviera en lo cierto.