AQUELARRE

Era más de medianoche cuando Lorena volvió a la cabaña, desnuda y con la mirada perdida. Su piel despedía un intenso olor a sangre. 

Fingí dormir bajo las sábanas, aterrado. 

—Estoy de vuelta, cariño. —Ella me susurró al oído, mientras su mano fría me acariciaba la espalda.

Siempre sospeché que varias de las mujeres del pueblo eran brujas. Todos hemos visto las luces en la orilla del lago, hemos escuchado los cánticos y las risas que provienen de aquel sitio maldito. Por eso rociamos con agua bendita nuestras puertas, no confiamos en nadie.

Nunca quise creer que mi esposa formara parte de aquella abominación. Ahora sé porque todos nuestros hijos han muerto al nacer.

No quiero abrir los ojos. Si lo hago, no será ella quien esté a mi lado realmente.