—La grúa llegará en un rato.
—Menuda suerte la nuestra. Esta carretera está maldita. Fue aquí donde mi hermano lo vio.
—¿A quién?
—Al caminante.
—¿Otra vez con esa historia?
—Es más que una historia, viejo.
Miré a Eddie con una ceja enarcada.
—De verdad piensas que vas a convencerme, ¿no?
Eddie se detuvo abruptamente. Miré hacia adelante. A lo lejos, la silueta de una persona nos observaba. Su rostro yacía oculto bajo la piel degollada de un ciervo, que nos miraba con sus ojos muertos. Saludó con la mano.
Lentamente, comenzó a andar hacia nosotros. Echamos a correr de vuelta al auto.