CASCANUECES

María gritó con horror cuando los ratones invadieron su alcoba. Eran decenas de ellos. Y el más horrible de todos eran tan grande como una rata, con siete cabezas monstruosas que portaban coronas diminutas.
En ese instante, el Cascanueces cobró vida y desenvainó su espada. Una horda de alimañas se abalanzó sobre él, ante los ojos aterrados de María.
—¡Cascanueces!
El rey de los ratones saltó hacia ella, con sus siete fauces abiertas de par en par…
María se despertó abruptamente. A su lado, el Cascanueces reposaba sobre la almohada, inmóvil y sonriente. Lo tomó entre sus manos.
—¡Qué pesadilla tan horrible!
La niña saltó de la cama y se quedó de piedra al reparar en la diminuta corona de oro que yacía a sus pies.