DÉJAME ENTRAR
—Oye. Oye tú, niño…
El pequeño alzó la mirada al escuchar aquella voz desconocida, pero se encontraba solo. No había nadie en la habitación con él…
—¡Oye!
Miró a su derecha, asustado. Sobre la pared se encontraba un pequeño ducto de ventilación, cubierto por una rejilla. Y tras la rejilla, algo que trataba de llamar su atención.
—Oye, abre esto. Déjame entrar.
El niño miró y se quedó paralizado. No era una persona, desde luego, ni tampoco un animal. En realidad no sabía lo que era. Todo lo que podía distinguir era un amasijo de dedos humanoides, ojos y dientes, que trataban desesperadamente de salir…
«Es mi imaginación, ¡tiene que ser mi imaginación!»
La cosa se aferró a la rejilla, sacudiéndola violentamente.
—¡Déjame entrar!