DESESPERANZA

—¿Qué ha sucedido con el resto del mundo, abuelo?
Aquella lejana tarde de mi infancia, el abuelo y yo caminábamos a la orilla del mar.
—Desapareció.
—¿Fue por las bombas?
—Sí.
Días atrás, la guerra nuclear había devastado la Tierra, matando a más del noventa por ciento de la población. Nosotros corrimos con suerte. Nuestro pequeño pueblito de la costa neozelandesa apenas y resultó afectado por los estallidos. El océano nos devolvía sin parar cientos de cuerpos sin vida. A día de hoy lo sigue haciendo.
—Papá dice que estaremos bien. ¿No es una suerte?
—No, hijo. No es una suerte. Nada estará bien mientras siga habiendo humanos.