EL ESTANQUE

Había sido aquel estanque misterioso el que le arrebatara la vida a su madre, durante una noche de verano. Sin embargo, Sayuri no podía resistirse al impulso que cada atardecer le ordenaba ir a contemplarse en el espejo de sus aguas quietas.

Ajena a la preocupación de sus doncellas, la princesa se pasaba horas sentada sobre las piedras que rodeaban el abrevadero, inmersa en los ojos de la joven que la observaba desde las profundidades.

—La emperatriz solía hacer lo mismo antes del accidente —murmuraban los sirvientes, asustados.

Como su madre, Sayuri fue encontrada una mañana en ese lugar, sin vida. Lágrimas amargas bañaron el rostro del emperador.

—De saber la clase de condena que me esperaba —dijo, aferrando el cuerpo inerte de su hija—, jamás habría ordenado que ahogasen al samurái.