FUERON LAS HADAS

—¿No es el niño más adorable que hayas visto?

No, no lo es. Porque ese bebé no es mi sobrino, sino el hijo de alguna criatura perversa que lo reemplazó. ¿Cómo es que nadie más se ha dado cuenta?

Lo siento, hermana, tengo que hacer esto.

—Clarisa, ¿qué haces? ¡No!

El bebé liberó un agudo alarido cuando oprimí el hierro caliente contra su piel. Y luego se transformó. Mi hermana gritó al ver aquel rostro extraño y afilado, con largas orejas puntiagudas. El ser se retorció de agonía a sus pies. Era grotesco.

—Lo sabía…

—Clarisa…

Mi hermana me mira con angustia y terror en sus ojos.

—¿Dónde está mi hijo?