LA BELLA Y LA BESTIA
Las puertas del castillo se abrieron de par en par. La joven corrió a toda prisa hasta el gran salón donde le aguardaba la bestia. Su deforme figura yacía al pie de la escalera, débil y agonizante.
El monstruo alzó la mirada y su rostro se iluminó, lleno de anhelo perdido.
—Bella —murmuró—, has vuelto. Creí que te había perdido para siempre.
—Eso no, querida bestia. Ya estoy aquí —dijo ella, arrodillándose a su lado—. Esta vez me quedaré para siempre.
—¿Para siempre?
—Sí, Bestia. Para siempre. Igual que tú.
Los ojos de Bella refulgieron con malignidad al transformarse. Atónita, la Bestia contempló como su rostro se convertía en el del hada que lo había maldecido. La criatura esbozó una sonrisa cruel y despiadada.
—Pobre Bestia. ¿Cómo podría nadie amar a un ser tan abominable como tú?
El último pétalo de la rosa cayó, marchitándose sin remedio.