ECOS DEL PASADO

La casa se alzaba imponente al final de una calle solitaria, sus enredaderas arrastrándose por las enigmáticas paredes de ladrillo. Lucía majestuosa, como una reliquia de tiempos pasados, con sus altos ventanales y la luz crepuscular que pintaba sombras espectrales sobre la fachada. Había una escalinata de piedra que conducía hasta la entrada principal, tras la cual nos topamos con un enorme vestíbulo y una larga escalera de caracol. Al entrar exploramos cada una de las habitaciones, donde aún se conservaba buena parte del mobiliario original.

—No sabía que la casa de vacaciones de tu amigo era tan hermosa —le dije a mi novio, entrando en el dormitorio que íbamos a compartir—. ¡Es increíble!

—Y el pueblo es aún más bonito.

Siempre me gustaron los lugares antiguos. Más que su arquitectura, me fascinaba descubrir sus historias, los posible enigmas escondidos tras el halo de tiempo que los envuelve. Nunca he disimulado mi gran afición por lo sobrenatural.

Por eso me propuse dejar una grabadora encendida mientras salíamos a cenar, pese a la reticencia de Marc.

—Vamos, déjame intentarlo —insistí—. Podríamos escuchar algo interesante.

—No lo creo.

Sin embargo, Marc me complació. El aire en la residencia estaba impregnado de un silencio ominoso, tan solo interrumpido por el suave crujir de nuestros pasos en el suelo de roble.

—Déjala grabando en la habitación junto a la nuestra, a ver si los fantasmas deciden hablar —bromeó él, observándome como si fuese una niña.

Desafiando su escepticismo, coloqué la grabadora en dicho dormitorio, una estancia  elegante, adornada con muebles antiguos y ricos tapices oscuros. El zumbido constante del aparato llenó la habitación mientras salíamos, cerrando la puerta principal con cuidado.

El pueblo dibujaba un lienzo apacible delante de nosotros, con sus calles adoquinadas y farolas parpadeantes. 

Mientras nos alejábamos para cenar en alguna posada, tuve la impresión de que la casa nos observaba, sumida en su propio silencio, esperando a que el pasado se manifestara en sus rincones oscuros.

*   *   *

Incluso bajo las primeras luces del día, la mansión conservaba ese aire de misterio que me había encandilado desde el día anterior. No me había molestado en recoger la grabadora al regresar, entusiasmados como estábamos por la buena comida y las pintas de cerveza que nos llevaron directamente a la cama, entre risas y besos frenéticos.

Lo recordé luego de tomar el desayuno. 

—Estoy seguro de que no vas a escuchar nada extraño.

—Pues tengo que comprobarlo.

—De verdad, no sé que esperas lograr con estas cosas, Elena.

Marc se acurrucó a mi lado sobre el mullido sofá del salón de estar y entonces oprimí el botón de reproducción.

Al principio solo escuchamos nuestros propios movimientos, el sonido de nuestros pasos abandonando el vestíbulo, y el de las puertas al rechinar y hacer girar la llave en la cerradura. Los crujidos de la madera flotando en la atmósfera cargada. Él rodó los ojos, pensando que mi aventura paranormal no arrojaría ningún resultado competente, más allá del eco cotidiano de este par de nuevos inquilinos. 

No obstante, conforme avanzaba la grabación, los sonidos familiares fueron eclipsados por un par de extraños murmullos.

—¿No crees que esto es un poco tonto?

—¿Escuchaste eso?

—¿Qué?

Apreté el botón de pausa, mirando a Marc con ojos abiertos de par en par.

—No seas niña.

—Alguien estaba hablando. No pudo entrar nadie mientras no estábamos, ¿no?

—Tal vez fuera alguien que pasaba frente al jardín.

—No lo creo.

Antes de reanudar la reproducción, rebobiné la cinta y aumenté el volumen. El vacío ambiental se mezclaba con el murmullo de pasos distantes y los crujidos de puertas invisibles. Fue entonces cuando nos percatamos de un par de voces que nos pusieron la piel de gallina. La primera era el lamento distorsionado de una mujer que sollozaba.

—¿Qué? —Su voz era un gemido incrédulo, apenas perceptible.

A continuación, otra voz masculina surgió para contestarle:

—Está muerto.

El llanto de la mujer aumentó en intensidad, transformándose en un chillido que nos paralizó de terror:

—¡Está muerto! ¡Está muerto! ¡Muerto!

La cinta se calló de golpe, reproduciendo el mismo silencio ambiental del principio. Nos miramos, pálidos y temblorosos.

Recuerdo que Marc me arrebató la grabadora que apretaba contra mi pecho, como si con ello pudiera detener la corriente de palabras que aún resonaban en nuestros oídos. Su semblante escéptico se había transformado en una máscara de horror. Sabía que deseaba darme alguna explicación racional, pero la realidad de la situación lo superaba.

—Tú también lo escuchaste, ¿verdad? —susurré.

Él asintió, incapaz de articular palabra. Como culparlo, cuando en el fondo, ni yo misma esperaba obtener una muestra tan nítida, ni tan oscura del pasado. La psicofonía, como un portal a lo desconocido, emitía el murmullo residual de una tragedia que había quedado impregnada en las paredes de la casa.

El silencio se había vuelto insoportable, interrumpido tan solo por nuestras respiraciones entrecortadas.

—No podemos quedarnos aquí.

Marc asintió, endurecido por el miedo. La sala parecía encogerse a nuestro alrededor; de pronto me parecía percibir sombras acechándonos desde los rincones.

—¿Qué clase de sitio es este, Marc?

—No lo sé. Maldita sea, te dije que no era buena idea grabar nada. 

Naturalmente, tomamos la decisión de marcharnos. 

La mansión pareció exhalar un suspiro de desconsuelo mientras cerrábamos la puerta principal. El silencio de la calle, que antes parecía tan sosegado, ahora se nos antojaba inquietante, como si la misma residencia contaminara el aire con su tenebroso secreto.

*   *   *

Las noches que siguieron a la experiencia en la casa sombría nos ayudaron a recobrar la normalidad, aunque mi mente se resistiera a abandonar aquel encantador pueblecito. La psicofonía me perturbaba inmensamente.

Tratando de desvanecer mis miedos, opté por abandonar la cinta entre un montón de cosas viejas hasta darla por perdida.

Marc y yo continuamos juntos, claro, aunque era cuestión de meses para que la relación perdiera su magia. El tiempo, que suele consolidar los sentimientos mutuos, no hizo más que acentuar nuestras diferencias. A veces me preguntaba si habría sido distinto de no haber compartido aquella macabra experiencia.

Finalmente tomamos caminos separados, sin grandes esperanzas de volver a coincidir. 

Fue años después, durante una mudanza, cuando encontré en el fondo de una caja polvorienta la cinta que contenía aquellos susurros sobrenaturales.

Al sostenerla entre mis manos, vinieron a mí las imágenes de aquella mañana angustiante. El simple contacto reavivó la sensación de la casa observándonos, mientras avistábamos las reminiscencias de su pasado. Quizá debí pensarlo dos veces antes de volver a escucharla.

La nostalgia se mezcló con el miedo mientras imaginaba las conversaciones desgarradoras que habrían tenido lugar en la mansión. Y, entre pensamientos turbios, surgió la pregunta: ¿qué habría sido de ella? ¿Seguiría acechando a los visitantes que cruzaban su puerta?

Pensé en Marc. Me pregunté si él también conservaría aquel recuerdo, si los lamentos continuarían atormentando sus sueños como ocasionalmente, me ocurría a mí.

Lo busqué por Instagram. Su perfil mostraba una serie de fotos que evocaron emociones enterradas. Imágenes de viajes, sonrisas, nuevas conexiones.

Tras dudar un poco, me decidí a enviarle un mensaje. La conversación inició con un saludo cordial, dos viejos conocidos que se reencuentran en la encrucijada de sus vidas.

Elena: ¡Hola, Marc! ¿Cómo has estado?

Marc: ¡Cuánto tiempo, Elena! He estado bien, gracias. ¿Y tú?

Elena: Bien, bien. Recordando viejos tiempos, ¿sabes?

Marc: Me imagino. ¿Algo en particular?

Elena: La verdad es que encontré algunas cosas mientras empacaba para mudarme. Cosas que me hicieron recordar ese verano que pasamos juntos en la casa de tu amigo. ¿Te acuerdas?

Marc: Hace mucho que no pienso en eso. 

Elena: Encontré la cinta con la psicofonía.

Marc: ¡No me jodas! 

Marc: ¿La escuchaste de nuevo?

Elena: Sí, Marc. La escuché. Y fue aterrador.

Marc: Ya. No sé que decirte.

Elena: Vas a pensar que estoy loca, pero sentí que debía hablarte. ¿Hablaste alguna vez con tu amigo sobre lo que pasó allí?

Marc: Sí, hablé con él tiempo después. Confirmó que hubo algo turbio en esa casa. Al parecer, un familiar suyo murió en circunstancias extrañas.

Elena: ¿Circunstancias extrañas?

Marc: No me dio ningún detalle. Y no quiero averiguarlo, honestamente.

Elena: Entiendo. Creo que en esa casa había algo más, algo terrible que sucedió hace bastante tiempo. Supongo que simplemente estaba ahí, esperando que lo descubrieran.

Marc: ¿Cómo te sientes ahora?

Elena: Es extraño. Creí que sería bueno saber la verdad, pero ahora tengo la sensación de que abrimos una puerta que quizás debería haberse quedado cerrada.

Marc: Puede ser. Pero estamos lejos de allí ahora, ¿verdad?

Elena: Sí, muy lejos, por suerte.

Marc: Bueno, ha sido un gusto saber de ti. Espero de verdad que todo vaya bien.

Elena: Gracias, Marc. Cuídate.

*   *   *

Tras esa charla tan breve, me encontré sola en mi habitación, contemplando la vieja grabadora. La perspectiva de la verdad proyectaba una sombra en mi cabeza, apelando a mi lado curioso.

Si algo terrible había ocurrido en aquel lugar, tal vez fuera mejor no descubrirlo nunca.

Con una mezcla de miedo y resolución, me decidí a borrar la psicofonía. La sola idea de hacerlo me brindó un inmenso alivio. Ojalá eso también fuera suficiente para librarme de las pesadillas que aún me ataban a la casa.

Mientras pulsaba tentativamente el botón de borrado, una ola de inquietud me envolvió. ¿Era realmente sabio borrar la evidencia de lo ocurrido? ¿O sería más seguro dejar que ese pasado, que clamaba por resurgir, descansara en la oscuridad de la cinta?

La grabadora permaneció en mis manos, expectante. Con la mirada perdida en la penumbra de mi habitación, sentí que algo oprimía mi pecho, como si estuviera a punto de sepultar una parte de mi historia.

Segundos después, la cinta estaba limpia, pero que lejos estaba de librarme del terror que me infundió. Pues ahora las voces espectrales se reproducían en mi mente, sin descanso, con la misma claridad con la que debieron escucharse mientras la casa era testigo de una espantosa tragedia. 

Eve Valdane ©