LOS OTROS
El apartamento era cálido y agradable, estaba ubicado en un antiguo edificio del centro de la ciudad. Por alguna razón el alquiler resultó ser convenientemente bajo, y eso fue algo que no me detuve a considerar con la debida suspicacia, sino hasta bastante tiempo después.
Debí sospechar en ese entonces, pero no había tiempo. No cuando mi hijo y yo necesitábamos un hogar urgente y accesible.
Atravesamos el umbral con las últimas cajas de la mudanza en mano y me volví hacia él, cansada pero satisfecha.
—¿Y bien? ¿Te gusta?
—No sé.
A menudo me era imposible saber lo que estaba pensando. Lejos de ser el típico adolescente rebelde, se estaba convirtiendo en un joven extremadamente impasible, cuyas únicas emociones solo afloraban delante de la consola de videojuegos.
—Ya te gustará.
* * *
Llevábamos un par de días habitando el piso, cuando mi hijo me dijo algo muy extraño:
—Esta tarde volví a oírte.
—¿De qué hablas? —Confusa, lo miré por encima del hombro mientras revolvía una cacerola con espaguetis.
Acababa de regresar del trabajo y estaba preparando algo rápido para cenar.
—Hace unas horas, cuando volví de la escuela. Tú estabas en tu habitación llorando como una histérica. Creí que algo malo te había pasado.
—Eso es imposible, no he estado en casa en todo el día.
—Lo sé. Enseguida me di cuenta de que no eras tú.
—¿A qué te refieres?
Él rehuyó mis ojos.
—Dijiste que habías vuelto a oírme, ¿ya me habías escuchado antes? Mientras estoy trabajando, quiero decir.
—Solo una vez, el día después de la mudanza. Te escuché en la cocina pero cuando entré no había nadie.
—Ya.
No era gracioso, él nunca había sido un chico gracioso, ni asiduo a jugarme bromas; aunque por lo menos esta era original.
—Mamá. —Lo escuché a mis espaldas—. No me gusta este lugar, ¿sabes?
Suspiré. Así que de eso se trataba.
—La cena ya casi está lista. ¿Por qué no vas colocando la mesa mientras termino?
Me contenté al pensar que la jugarreta había terminado, pues ninguno de los dos volvió a mencionar el asunto. No tenía idea de lo mucho que me equivocaba.
Apenas era el principio.
* * *
Unos días más tarde se repitió el inconveniente:
—Cuando estás en tu trabajo, puedo escuchar tu voz, ¡ahora me llamas por mi nombre!
—Creo que esto está yendo demasiado lejos.
—Es este sitio, mamá, lo entenderías si pasaras más tiempo aquí.
Una noche me desperté para encontrarlo en mi habitación. Estaba de pie junto a mi cama, en silencio. Mirándome con una expresión vacía en sus ojos.
—¡Jesús! ¡Casi me matas de un susto, muchacho! Son las tres de la mañana, por Dios. ¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?
Él me miró de pronto, como si acabara de salir de un trance. Su mirada irradiaba temor.
—¿No fuiste tú a mi habitación hace un momento? Te sentí entrar. Te inclinaste sobre mí y susurraste algo que no pude comprender.
—No. —Fruncí el ceño—. Tuviste una pesadilla.
—Algo malo me sucede, mamá.
—Cálmate, ¿por qué piensas eso? —le pregunté.
—También te vi esta tarde. Tú estabas en tu habitación mirando por la ventana, pero me ignoraste cuando te pregunte que estabas haciendo aquí.
—Eso no puede ser, ¡he estado en el trabajo todo el día!
Él suspiró.
—Lo sé.
A partir de aquel instante comencé a preocuparme de verdad. Sospechaba que mi hijo estaba sufriendo alucinaciones.
Durante los siguientes días, él insistió en que me veía dentro del apartamento mientras me encontraba fuera. Incluso describía la ropa que usaba con exactitud, aunque no siempre nos veíamos por las mañanas, antes de que me fuera a trabajar. Y cada vez actuaba más y más extraño. Se había vuelto más callado que de costumbre y ahora le aterraba quedarse a solas.
A veces se sentaba en algún rincón y se quedaba mirándome sin pronunciar palabra.
* * *
La noche anterior decidí irme a la cama temprano, después de un día extenuante. Me metí entre las sábanas para leer mientras aguardaba al sueño.
De pronto vino mi hijo. Él entró de manera sigilosa, pálido y sobresaltado.
—Estoy escuchando cosas.
—Por favor, ve a dormir, hijo —repliqué—. Estoy muy cansada para esto.
Él negó.
—No, realmente escuché algo. Hay alguien en la cocina.
Justo en ese instante, me sobresaltó un ruido proveniente de la cocina. Se escuchaba como si alguien arrastrara una silla sobre el mármol del suelo. Me quedé petrificada. Entonces oí pasos caminando por el corredor.
Y enseguida, una voz que me heló la sangre.
—¡Hijo! ¿Estás ahí?
El miedo congeló mi corazón. ¿Era yo? No, aquello era imposible y sin embargo me había escuchado con tanta claridad.
Era yo, yo misma…
Vi como el picaporte de la puerta comenzaba a girar y esta se abrió de nuevo, lentamente. «Tal vez sea mi imaginación», me dije, en vano, aferrándome a la razón en aquel absurdo.
Mas no lo imaginaba.
Una mujer estaba de pie bajo el umbral de mi dormitorio.
Era yo.
Resulta complicado describir exactamente lo que vi. Esa persona era yo… pero al mismo tiempo, no lo era. Era como mirarme a mí misma ante el espejo, excepto que La Otra tenía unos ojos fríos, sin vida.
Ella me miró por un momento. Luego se dio la vuelta y se fue, cerrando la puerta tras de sí. Me tomó varios segundos recuperarme del shock, antes de abandonar la cama y seguirla.
—Quédate aquí —le susurré a mi hijo.
El pasillo estaba desierto. Miré en la cocina y en el baño, pero no la encontré por ningún sitio. La Otra se había desvanecido.
Permanecí sola en la sala de estar, intentando tranquilizarme y convencerme de que solo había sido una alucinación, cuando una voz volvió a surgir de la cocina.
No era mi voz.
Era la voz de mi hijo.
—Este lugar es nuestro. Siempre ha sido nuestro.
Luego, ambos nos echamos a reír por lo bajo, de forma agitada y maliciosa.
El terror inundó mi cuerpo.
Corrí de vuelta a la habitación y arrastré a mi hijo hacia la salida. Esa noche dejamos el apartamento y la pasamos en vela dentro del coche. La luz de la habitación permanecía encendida. De vez en cuando, miraba hacia la ventana con el temor de verme a mí misma deambulando en su interior, invadida por la incertidumbre.
Así nos sorprendió el amanecer.
Esta mañana hemos entrado para recoger algunas de nuestras cosas. No hizo falta tener una conversación para comprender que ninguno de ambos estaba dispuesto a quedarse. De modo que ahora tengo otro inconveniente, debo encontrar otra vivienda pronto.
Dormir en el coche o en un hotel de paso no parece tan terrible como temía antes. Lo que sea con tal de no volver.
No sé que es lo ocurre en este apartamento, ni quien lo habita realmente. Creo que prefiero no averiguarlo. Solo espero que cuando regresemos para empacar el resto de nuestras pertenencias, no allá nadie esperándonos aquí.
Eve Valdane ©