UNA VOZ ESPECTRAL

Siempre he sentido una inmensa fascinación por todo lo sobrenatural, al grado de buscar información en libros, revistas, documentales, incluso cintas viejas de vídeo. Cualquier suceso inexplicable despertaba en mí una curiosidad obsesiva. Me interesaban especialmente las cosas relacionadas con el más allá: espíritus, invocaciones, voces de ultratumba…

Eso se acabó el día en que mi curiosidad me empujó a descubrir una verdad espantosa. Aquel día escuché algo que nunca debí haber oído, y que nunca más deseo volver a escuchar.

Sebastián, mi mejor amigo, era muy aficionado a visitar lugares abandonados. Tras una de sus aventuras en los sitios más recónditos de la ciudad, me habló acerca de las psicofonías. Esta es una técnica ampliamente conocida para contactar con los muertos. Normalmente se lleva a cabo en lugares solitarios, lugares donde la gente ha ha fallecido. Tú puedes hacer cualquier pregunta y un espíritu la responderá. Lo único que necesitas es una grabadora y bastante suerte.

Mi amigo me preguntó si tenía algún ser querido que estuviese muerto, y con el que quisiera hablar de nuevo.

Yo respondí sin pensar:

—Me gustaría mucho volver a hablar con mi abuela.

La abuela había muerto cuando yo era muy pequeño todavía. Las memorias que conservaba de ella, eran escasas y confusas, no obstante yo la recordaba con gran cariño. 

Su muerte representaba un gran misterio para mí, pues se había marchado de manera repentina y mi madre, su única hija, jamás quiso revelarme su verdadera causa de muerte.

Si aquello salía bien, obtendría esa respuesta que tanto anhelaba para sentirme en paz.

Sebastián y yo nos dirigimos hacia su vieja casa, desocupada hasta hoy día. Mi amigo sacó una grabadora digital, la encendió y la puso en el suelo. Entonces comencé a preguntar.

—¿Abuela? ¿Estás aquí? —la casa permaneció en silencio absoluto— ¿Cómo estás? ¿Por qué moriste?

Por un buen rato, continué haciendo estas y otras preguntas, sintiéndome francamente tonto, lo admito. Finalmente, mi amigo decidió que era hora de irnos y regresamos a mi apartamento para revisar la grabación.

Al principio no parecíamos haber captado nada, las pausas entre mis preguntas no revelaban otra cosa que no fuera el ruido ocasional de nuestros pasos, aparte de algún sonido ambiental. 

Sebastián utilizó un programa para limpiar el audio y volvimos a escuchar la grabación.

Entonces la oí. Una voz trémula y asustada se alzaba sobre el murmullo del viento y el de mi propia voz, respondiendo a mis cuestionamientos.

—¿Qué estoy haciendo aquí?

Mi corazón se encogió al escuchar aquel susurro lúgubre.

—Tengo miedo —dijo la voz—. Por favor… ¿qué hago aquí?

Yo no podía creer lo que estaba escuchando. Nos miramos, atentos a los susurros que provenían de la computadora. Y en ese instante, escuché una respuesta final que me heló la sangre:

—Yo me maté.

Rápidamente pausé la grabación y le dije a Sebastián que la borrara. No quería saber nada.

Aquella voz de ultratumba no dejó de atormentarme a lo largo de los siguientes días. Ya no podía dormir, ni comer, sin que una angustia devastadora se apoderará de mí. Pensaba en mi abuela y en aquella oscura casa solariega, preguntándome porque no podía abandonar sus paredes y que la habría empujado a atentar contra su vida.

Tuve que armarme de valor antes de atreverme a contárselo a mi madre. Ella palideció de inmediato, sus labios temblaban, como si fuera incapaz de creer lo que había hecho. Luego se echó a llorar, gimiendo como una niña extraviada. 

Yo no desistí. Le dije que quería saber la verdad sobre mi abuela.

—Es cierto —me confesó—, tu abuela se quitó la vida. Tenía un severo problema de depresión y su estado mental era lamentable. Tú nunca te diste cuenta de nada, pero tu padre y yo estábamos considerando internarla a un hospital psiquiátrico. No actuamos a tiempo. Una tarde la encontramos sin vida en su habitación. Se había colgado del techo. Desde entonces la casa ha permanecido abandonada. No hemos podido venderla y tampoco nos gusta regresar allí.

Si alguna vez sientes curiosidad por hablar con los muertos, deberías pensarlo dos veces. Hay cosas que es mejor dejar en el olvido. Y por favor, no hagas lo que yo hice.

Podrías terminar escuchando algo que realmente lamentarás.

Eve Valdane ©