—Por favor, no.
No importa cuanto suplique, no se va a marchar.
Cada noche me despierto en la cama, sin poder moverme. Me cuesta respirar. Hay un demonio en mi habitación. Sus ojos, como brasas ardientes, parecen traspasarme la piel. Sus garras, como bisagras de acero, me oprimen contra el colchón. Le escucho, murmurando en la oscuridad.
Intento rezar pero creo que Dios ha dejado de escucharme.
Debo esperar al amanecer, cuando todo termine. Cuando pueda despertar y moverme, fingiendo que todo fue una pesadilla.
Pero la espera es tan larga y tengo tanto miedo…
Mamá, ¿por qué tuviste que casarte con él?