EL CASTILLO

Cuando desperté en aquella cama suntuosa, rodeado por cortinas de terciopelo, no había rastro alguno de la baronesa. Tampoco encontré a ninguno de los sirvientes que me habían atendido la noche anterior.

Desconcertado, abandoné el castillo, descendiendo de la colina por el antiguo camino de piedra que conducía hasta el poblado.

Desayuné en una posada local. Allí, pregunté sobre el insólito lugar en el que me había alojado.

—La fortaleza Albescu es el orgullo del pueblo, antes fue la residencia de una hermosa mujer aristócrata —me comentó el posadero.

—¿Fue?

—La baronesa vivió en el siglo XV. El castillo no ha sido habitado desde entonces.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.