ESFERA DE NIEVE

—¡Qué bonita esfera! ¡Gracias, papá!

Esas fueron las últimas palabras que escuché decir a mi hija, aquella lejana Navidad. Sonreía al sostener aquel hermoso globo de cristal en sus manos.

¿De dónde salió? ¿Por qué estaba bajo nuestro árbol? No lo sé.

Aquel 25 de diciembre mi pequeña desapareció. No fui capaz de encontrarla hasta después de varios días, cuando miré la esfera con atención.

Ahí estaba ella, presa de aquel mundo en miniatura. Una diminuta muñeca de porcelana, cuya expresión asustada me provocó un estremecimiento. Tuve que convencerme de que realmente era ella, cuando los meses se convirtieron en años y la vi cambiar hasta transformarse en una mujer. 

Parte de mí aún conserva la estúpida esperanza de descubrir como liberarla. Pero el tiempo pasa y ambos envejecemos.

Eso es lo que más me aterra.