ESPANTAPÁJAROS

—Yo no haría eso si fuera tú, hijo.

El muchacho miró al viejo granjero y volvió a patear a su espantapájaros, desafiante.

—¿Y qué va hacer al respecto?

El anciano esbozó una sonrisa maliciosa y volvió a su casa. Confuso y enojado, el chico volvió a mirar al espantapájaros y le arrebató el sombrero, burlón.

Odiaba tanto a esa cosa.

—¡Bah! No eres más que un montón de paja inútil.

Esa noche, una fuerte tormenta lo despertó. Al asomarse por la ventana, pudo distinguir una silueta que lo hizo estremecer.

Era el espantapájaros.

Sonreía como siempre, con sus ropas remendadas y su monstruosa cabeza. ¿Quién lo habría dejado ahí? Seguro había sido ese viejo ladino, no había otra explicación…

En ese momento, el espantapájaros alzó su cabeza y clavó los ojos en su ventana.