GUANTES

—¡Son realmente exquisitos! —La marquesa sonrió ampliamente al probarse los finos guantes de cuero—. Que regalo tan oportuno, querida.

Todos los asistentes a su fiesta de cumpleaños quedaron igualmente sorprendidos por el obsequio de Madame Lacroix, algo insólito cuando era de conocimiento publico la rivalidad entre ambas. El marido de aquella mujer francesa y extravagante ni siquiera se molestaba en disimular sus visitas constantes a la cama de la aristócrata.

Sin embargo, ella estaba realmente complacida con el presente, amante como era de los accesorios de moda.

Por la mañana la encontraron tiesa, con una expresión de horror en su rostro. Todavía vestía el par de guantes, sus manos engalanadas apretaban firmemente su cuello, horriblemente amoratado por la falta de oxígeno. 

Nadie logró explicar como había sido capaz de estrangularse a sí misma.

La señora Lacroix se marchó de la ciudad sin ser vista. Nunca se volvieron a tener noticias de ella.