INFIERNO
Amaia levantó su teléfono al sentirlo vibrar. Número desconocido. Contestó.
—¿Diga?
—Hola, preciosa. Soy yo.
La voz de ultratumba envió un escalofrío por la espina dorsal de la mujer.
—No puede ser… tú estás muerto.
—Por desgracia, el atentado contra tu marido no salió como lo planeábamos, ¿verdad? Pero al menos tú sí pudiste quedarte con todo su dinero.
—¿Qué demonios…?
—No tengo mucho tiempo. Solo llamaba para contarte, tenía que hablarte acerca de este lugar. El frío intenso, las cenizas en el aire, las calles pobladas por gente sin rostro… El infierno no es como nos lo enseñaron.
—P-Pedro…
—Ya lo verás por ti misma. Hasta pronto, mi amor. —La llamada se terminó.