LA BRUJA
La joven divisó la cabaña de la bruja como un punto luminoso, en medio de la nieve.
—Entra, querida —le dijo la vieja, haciéndole señas tras la ventana—, ven a resguardarte del frío.
Ella obedeció, sentándose al calor de la chimenea.
—¿No sabes que las muchachas hermosas no deberían salir solas a mitad de la noche?
—Estoy buscando a mi hermana, no la habrá visto por aquí, ¿verdad?
—Hoy me visitó una niña rubia que usaba zapatos rojos.
—¡Es mi hermana! ¿Dónde está?
La bruja exhibió todos sus dientes en una obscena sonrisa y miró hacia su caldero, cuyo guiso comenzaba a desprender un aroma apetitoso. Bajo el mismo asomaba la punta de un par de botines, pequeños y colorados.
Nunca más se supo de aquellas dulces hermanitas.