NOCHE DISCO

La bola de espejos que instalé en el sótano emitía un resplandor de otro mundo.
—Fue una ganga. La sacaron con otras cosas de la discoteca del centro —le expliqué a mi novia—, sigue tan intacta como antes de que se incendiara el local.
—Será perfecta para nuestra fiesta temática —dijo ella alegremente.
A nuestros invitados les fascinó también.
El ornamento maldito, que alguna vez había deslumbrado a las multitudes con su luz, ahora arrojaba un brillo siniestro sobre nuestra improvisada pista de baile, revelando los espíritus de aquellos que habían bailado antes de la muerte, atrapados para siempre en su superficie espejada.
—¡Baila hasta que no puedas más! —exclamaron.
Cuando la luz de la bola disco tocó nuestra piel, aullamos de dolor. Su energía espectral nos marchitaba, transformándonos lentamente en ceniza. Sin embargo, no podíamos dejar de bailar…
¡Dios mío, ¿es este el precio de la diversión?!