ACOSADOR

Odio viajar en metro. Siempre hay alguien dispuesto a arruinarte el día, como si tuviera derecho a mirarte o murmurarte obscenidades.

Bueno, el sujeto que está frente a mí no ha dicho una palabra. Pero no deja de observarme. Parece un mendigo, con sus ropas viejas y remendadas. Sus ojos están inyectados en sangre. Tiene una sonrisa lasciva en los labios que me provoca nauseas.

—¿Estás bien?

Miro a mi novio, molesta.

—No, no estoy bien. ¿No te has dado cuenta?

—¿De qué?

—¡Ese tipo me está incomodando! ¿No vas a hacer nada?

Le veo fruncir el ceño y mirar hacia el asiento ante nosotros, confuso.

—Amor, ahí no hay nadie.

Devuelvo mis ojos hacia delante y tiemblo al darme cuenta de que tiene razón.