ALADINO

Su primer deseo fue la riqueza. Le entregué diez mil arcas repletas de oro. El muchacho estaba satisfecho.

Su segundo deseo fue el amor. Lo vestí como un príncipe, le di un reino próspero y un palacio fastuoso. La hija del sultán se enamoró de él. El muchacho era dichoso.

Pero su felicidad era una ilusión. Las fiestas se tornaron aburridas. El oro era frío e inservible. Su esposa gastaba demasiado y conspiraba con el Gran Visir.

Aladino vagaba sin rumbo, exhausto de cuanto lo rodeaba. Me miró y pronunció su tercer deseo.

—¿Estás seguro?

—Es lo único que quiero.

—Tus deseos son órdenes.

El palacio, su fortuna y sus súbditos, todo se desvaneció en un instante. Le vi por última vez, internándose en las profundidades del desierto.

Humanos. Nunca saben lo que realmente anhelan.