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Este viejo hospital conoce demasiadas historias tristes. La mía comenzó en 1917, cuando llegué por primera vez a este lugar. No estaba enferma. Mi trabajo era ocuparme de los pacientes del pabellón de Sanidad Mental. El hambre y el abandono les arrebataban la vida, antes de que lo hiciera la enfermedad.
Me encontraron muerta una mañana de 1943. Paro cardíaco. Desperdicié mi juventud prolongando y regodeándome en el sufrimiento de otros. Hoy soy parte de ellos. Y a pesar de que el edificio lleva más de veinte años abandonado, sigo escuchando sus gritos y sus llantos desesperados. Les veo morir una y otra vez.
El tiempo podrá habernos olvidado, pero nosotros seguimos aquí. Jamás nos iremos.