COEXISTENCIA
La señorita Rattigan se mudó a la casa de enfrente en Octubre, apenas seis meses después del terrible incidente que había paralizado al vecindario entero. Lloyd Kendrick, el antiguo inquilino, había tomado la escopeta y atentado contra su mujer y sus dos hijos, antes de dispararse a sí mismo.
Ella, en un intento fútil por ignorar el oscuro pasado de la propiedad, tuvo la ocurrencia de pintar la puerta y las ventanas de brillante color amarillo.
—No haga caso de lo que dice la gente —le dije, tratando de hacerla sentir más bienvenida—, seguro que el lugar es muy acogedor.
—Oh, pero lo es —me respondió, sonriendo—. Las risas de los niños y la compañía de la señora Kendrick me resultan de lo más estimulante. Ellos aún no se percatan de nada. Ahora mismo están aquí, acompañándonos.
Me quedé perpleja. Jamás volví a visitarla de nuevo.