DUELO

Doña Ángela vivía sola en el número 140 de nuestra calle. Aquella preciosa puerta amarilla resguardaba un mundo de dolor y miseria. Desde la muerte de su único hijo se negaba a salir de casa. Todas las tardes nos atormentaba con su llanto.

—Alguien tiene que hacer algo al respecto, no podemos dejar que siga así —dijo un vecino—, ya ha pasado más de un año.

Nos dirigimos pues a hablar con ella, pero al llamar a su domicilio nadie contestó. Preocupados, forzamos la puerta. No se la veía por ninguna parte. Un olor terrible nos asaltó al llegar al ático.

—Dios bendito…

Pálidos, observamos el cuerpo inerte que colgaba de una de las vigas del techo. Lo que más nos perturbó, fue la nota de suicidio que yacía a un lado, cuya fecha se remontaba a varios meses atrás…