EL ÁTICO
—¿De verdad falleció aquí la abuela?
—Hacía tiempo que no quería salir del ático y había dejado de comer. Lo único que hacía era sentarse en su vieja mecedora y murmurar. Murió de inanición.
—Que horrible. Este lugar es espantoso.
Observé el ático, temerosa. La infame mecedora parecía mirarnos desde un rincón. Le di la espalda.
—Gracias por ayudarme a vaciar el desván—dijo mi primo—. La verdad es que odio esta casa. Y odiaba a esa vieja también.
—¿Recuerdas las cosas horribles que solía hacernos cuando éramos niños?
—Era una arpía demente y amargada.
Un rechinido surgió a mis espaldas. Nos dimos la vuelta y palidecimos al ver la mecedora balanceándose, mientras el murmullo de una risa fantasmal nos helaba la sangre.