EL MUELLE
Todos los días, desde que había llegado al pueblo, pasaba en bicicleta cerca del muelle y veía a esa extraña niña, sentada en silencio mientras contemplaba el océano.
Le pregunté a Carmen quién era y ella me miró sorprendida.
—¿Tú también la ves?
—Claro, ¿por qué lo preguntas?
—Esa chica es mi hermana.
—¿Tu hermana? No entiendo…
—Murió cuando éramos pequeñas, una terrible desgracia —suspiró—. Le encantaba el embarcadero, siempre se quedaba a ver la puesta de sol.
Sentí un escalofrío.
Carmen y yo nos casamos ese mismo verano. Nada ha cambiado a partir de entonces. A menudo pasamos al lado del muelle y ella sigue ahí. Aguardando al crepúsculo como solía hacer en vida.