EL PRÍNCIPE SAPO
La princesa despertó con una opresión en el pecho.
El sapo se encontraba allí, mirándola fijamente. Estaba más grande, más deforme, podía sentir cada una de las verrugas que se hacinaban en su resbalosa piel.
—Buenas noches, Alteza —susurró en la oscuridad—. ¿Se acuerda de aquella tarde en el estanque, cuando me sumergí para recuperar su pelota de oro? No he dejado de pensar en ello. Tomó lo que quería y se marchó, creyendo que podría ignorar su promesa… ¿en serio pensaba que sería tan sencillo?
Antes de que pudiese gritar, la repugnante criatura se abalanzó sobre su rostro e introdujo la enorme cabeza entre sus labios. Ella se retorció y gimoteó bajo el peso del anfibio, paralizada de asco y terror.
Así la encontraron a la mañana siguiente, con los ojos abiertos de par en par y el corazón inmóvil.