LA BELLA DURMIENTE
—¿Dónde estoy? ¿Quién es usted?
El hombre ante mí esboza una sonrisa llena de locura. No me gusta. Va vestido con ropas extrañas y desgarradas, lleva una espada en la mano. Su rostro y sus manos están repletos de rasguños. Su mirada me da escalofríos.
Se presenta. Es el príncipe heredero de un reino vecino, cuyo nombre me desconcierta. Ni siquiera lo recuerdo. Algo va muy mal aquí.
—¿Qué año es este? —le pregunto.
Él me responde. Palidezco. Han pasado 100 años. Mis padres, mis criados, mis súbditos, todos siguen aquí. Pero no despertarán como yo, puesto que no son más que polvo y huesos. Una vez más, el príncipe sonríe y se acerca hasta mí.
—Por favor, aléjese. ¡Quiero a mis padres! ¡No me toque! ¡No me toque!
Al escuchar su risa, lúgubre y maliciosa, me pregunto si realmente estoy despierta o esto es otra pesadilla.