EL TREN DE LOS CONDENADOS

El tren apareció en el horizonte justo cuando el reloj marcó la una de la mañana. Estaba justo en el cruce de caminos, a la hora correcta y en el día indicado.

Francis se arrojó a las vías.

Su agonía se desvaneció en un santiamén. Lo siguiente que supo fue que se encontraba en un elegante compartimento, con paredes escarlata y asientos mullidos. Su cuerpo sangraba profusamente, pero él ya no sentía dolor.

Había muerto con éxito.

—Bienvenido. —El revisor del tren selló el boleto negro que había aparecido en su mano. Era un tipo alto y larguirucho, de sonrisa macabra y vestimenta impecable—. Ponte cómodo, el viaje apenas empieza.

Francis miró al resto de los pasajeros, hombres y mujeres mutilados que esbozaban sonrisas placenteras. Entonces, él también sonrió.