RISAS
El sol descendió tras el campo de trigo. John Bates llamó a sus hijos.
—¡Thomas! ¡Sam! ¡Ya está la cena!
Los adolescentes emergieron del granero y se apresuraron a entrar en la casa. Una risa infantil brotó de algún rincón entre los maizales. John la ignoró y cerró la puerta.
Todos se sentaron a la mesa. Afuera, los niños reían.
—Ahí están otra vez —musitó Sam de forma sombría—. ¿Se callarán algún día? ¿De dónde vienen?
—No lo sé —contestó John—. Ya estaban aquí cuando yo era pequeño.
—¿Por qué siempre se escuchan a esta hora? —preguntó Thomas.
El granjero no respondió, aunque a menudo se preguntaba lo mismo. Una vez se había internado en el maizal para descubrir por qué tanto alboroto, sin encontrar nada ni a nadie. Sin embargo, ellos estaban a su alrededor, riendo. Nunca dejaban de reír.
La cena transcurrió en silencio. O casi.