—Yo sé porque te lo digo. Antes me gustaba mirar fijamente mi reflejo y hacer caras, hasta que vi algo que no debí ver.
Esa noche, Melissa entró al baño y se miró en el espejo, ignorando los consejos de su hermana.
«Se piensa que va a asustarme, la muy tonta. Es una pesada».
Hizo una mueca. Sonrió. Por largos segundos, se miró a sí misma a los ojos. Entonces algo cambió. Su rostro, terso y alegre, estaba cruzado por surcos de carne al rojo vivo.
Melissa gritó y salió del baño.
Su hermana estaba afuera, mirándola con frialdad. Su cara tenía las mismas marcas horribles que había visto en su reflejo.
—Te dije que no jugaras con el espejo.