—Háblame de las voces, ¿has vuelto a escucharlas?
Ella se encogió ante la pregunta, atormentada.
—No quiero hacerlo, pero ellas no dejan de atormentarme. Me hablan todo el tiempo, me acosan, quieren obligarme a hacer cosas…
—¿Qué cosas?
—Cosas horribles.
—Basta. Ellas no son reales, no permitas que se apoderen de ti.
—¡Lo sé! No quiero hacerlo, pero a veces parece más fuertes que yo. ¡Ayúdame!
—Eso hago. Siempre que te hablen, recuerda que nada de lo que estás escuchando es real. Recuerda que yo soy la única en quien tú puedes confiar.
La mujer asintió con vehemencia. Una sonrisa de paz se extendió en sus labios.
En su habitación no había nadie más.