INSIGNIFICANTE
—Te amaré hasta el final de los tiempos —susurró el dios, a través de su barba gigante.
Sus largas antenas se extendieron para acariciar al humano, agazapado entre las piedras que conformaban el minúsculo paisaje artificial de su terrario. En vano, trató de esconderse, su cuerpo desnudo se estremeció de asco al sentir los miembros insectoides que le rozaban la piel.
El ser emitió una risa gutural que agitó los muros de la prisión transparente.
¿Cómo era la vida más allá de ese sitio? ¿Alguna vez había tenido algo más que el amor ignorante de esa deidad incomprensible? Ya lo había olvidado. Por tanto, nada más tenía sentido que soportar esa clase de existencia.
Presa del dios primordial y de su propia locura.
Así permaneció el hombre, cuya presencia en aquel planeta extraño era el último remanente de la humanidad.