LA CARRETERA
—¿Qué hay al final de la carretera, papá?
Esa siempre era mi pregunta cuando conducía por aquel sendero imaginario, hecho solo para los dos y cercado por árboles luminosos.
—Todavía no lo sé, pero cuando me entere, serás el primero en descubrirlo —Esa siempre era su respuesta.
Para él, lo más importante era disfrutar del camino.
Murió el otoño pasado, a los 83. Volvimos a encontrarnos en un sueño. Yo era un niño nuevamente y recorríamos la carretera en su querido Ford.
—Ya sé lo que hay al final del camino, muchacho. Es precioso.
Su rostro, desfigurado por el impacto del accidente, aún era capaz de sonreír. Un olor a sangre y azufre inundó mis fosas nasales. Yo me estremecí cuando su mano muerta acarició mi mejilla. Estaba fría como el hielo.
—No creo que lo recuerdes al despertar, pero no importa. Voy a estarte esperando.