LA CUEVA

Han pasado tres días desde que mi hijo se perdió en el bosque. 

No sé como ni en que momento se alejó de la cabaña. Solo aparté mis ojos de la fogata un momento y cuando volví a mirar, ya no estaba.

Recuerdo la expresión que puso el guardabosques cuando fui a pedir ayuda.

No significaba nada bueno.

—¡Por aquí! ¡Rápido!

El corazón me da un vuelco al escuchar a los demás. Rápidamente nos internamos en una cueva. Una pequeña figura yacía sentada en el interior.

—¡Hijo!

Arrojo la linterna y lo abrazo. Entonces me doy cuenta…

Él permanece inmóvil, no se ha percatado de mi presencia. Sin embargo, sonríe. Sus ojos, en blanco, miran hacia una pared repleta de símbolos desconocidos.