El médico terminó de examinar a la pálida adolescente y se volvió hacia sus padres con malas noticias.
—Es tuberculosis.
—Pero usted puede curarla, ¿verdad, doctor?
Los oscuros ojos del galeno refulgieron con astucia.
—Eso depende.
—¿De qué?
—De lo que vosotros estéis dispuestos a dar.
—¿Qué quiere a cambio? Nosotros somos gente humilde…
—Oh, no es dinero lo que necesito. Un poco de vuestra sangre bastará.
La pareja se miró, asustada y confusa. Sin embargo, no tenían alternativa.
Ambos asintieron lentamente.
El médico esbozó una sonrisa siniestra y abrió su maletín.