LA PARVADA
La sangre se nos heló cuando escuchamos aquel grito, en medio del bosque.
—¿Pero qué ha sido eso? —preguntó mi compañero, sobresaltado.
—Vino de allá.
Ambos nos pusimos en marcha, apartándonos del camino marcado para los senderistas. Un segundo alarido de dolor confirmó nuestras sospechas.
Alguien necesitaba ayuda.
—¡Resiste! ¡Ya vamos hacia ti!
El claro estaba vacío. O eso pensamos al primer instante.
Alguien volvió a gritar desde las alturas y cuando alzamos las cabezas, nos encontramos con decenas de ojos diminutos, que vigilaban nuestros movimientos.
—Los pájaros… —musitó mi amigo, pálido al igual que yo.
Ellos imitaban los gritos humanos. Para atraernos hasta aquí.
Antes de que pudiésemos retroceder, la parvada completa se abalanzó sobre nosotros, encerrándonos en un torbellino de carne, plumas y aullidos de agonía.