LIMPIO
La habitación relucía con perfección estéril, cada superficie había sido lavada hasta obtener un brillo resplandeciente.
—Todo limpio —murmuré, agotada y satisfecha—. Como tiene que ser.
«No del todo», me dijo una voz interna.
Miré mis manos, lastimadas a causa del duro ritual de higiene. La sangre había salpicado el piso, trasformándose en horribles manchas parduzcas que interrumpían la blancura de las baldosas.
De nuevo, fregué sin descanso, borrando cada mota de mugre, pero la voz no cesó:
«Tus esfuerzos son en vano; la suciedad está arraigada en tu propio ser».
Sollozante, sumergí mis manos heridas dentro del balde con cloro, permitiendo que desvaneciera las impurezas en mi piel y con ello, los últimos rescoldos de mi razón. Pues el verdadero horror no era la suciedad que intentaba desterrar, sino los demonios invisibles que impulsaban mi compulsión inútil.