LOBO

La oscuridad del bosque me envolvió con sus brazos muertos. La gente de la aldea decía que cosas inhumanas habitaban en él. Nunca quise dar crédito a sus palabras supersticiosas.

Mientras cruzaba el río, un aullido lejano me heló la sangre. Alcé mi escopeta, asustada y esperé a que la bestia se presentara ante mí. Nadie llegó. 

Recelosa, agucé el oído, pero lo único que podía escuchar era el rumor de mi capa roja como la sangre, arrastrándose tras mis pies en la nieve.

«Tonta, debiste habértelo imaginado».

Dos puntos luminosos me observaron a la distancia. No era un lobo. 

La criatura me sonrió con sus fauces ensangrentadas. Su mirada, astuta y llena de maldad, me heló la sangre.

Ese día no volví a casa.