MARTA

—¡Marta! ¡Marta! ¿Dónde estás? 

Permanezco inexpresiva mientras mi hija llama a su muñeca favorita. Esa maldita muñeca que oculté en el ático por la mañana, dentro de un baúl polvoriento bajo las cajas con los adornos de Navidad, envuelta en una bolsa de basura. 

Le dije que Marta se había marchado para jugar con otras niñas que la necesitaban y no me ha creído.

Ya se cansará.

—¿Dónde? ¿Que haces ahí?

La veo subir la escalera, intranquila. No hay forma de que lo sepa… ¿verdad?

Una ola de frío terror me invade cuando baja de nuevo. Marta me mira con sus ojos de porcelana, sonriente e inmóvil entre los brazos de mi hija.