PARTO

—Ya veo la cabeza. ¡Puja, cariño! ¡Puja!

La mujer respiró hondo y empujó su vientre con fuerza, dejando salir un profundo alarido. Tras varios minutos de dolorosa agonía, sintió como el bebé se deslizaba entre sus muslos, renunciando a su cálido interior.

Los ojos se le llenaron de lágrimas al escuchar su llanto.

—Lo hiciste muy bien, querida. 

—Quiero verlo. —El niño fue colocado en sus brazos—. Es tan hermoso.

Lo era, todo en él le parecía magnífico. Desde sus ojos, amarillos y luminosos como los de un gato, hasta las diminutas pezuñas que tenía por manitas. 

El Gran Sacerdote se arrodilló, proclamando una alabanza. Y junto a él lo hizo el resto de la cofradía.