PAYASO

Siempre me han dado miedo los payasos. Cuando era pequeño, por alguna razón, solía imaginar que había uno viviendo en nuestro ático.

Me aterraba subir solo a mi habitación porque sabía que él estaba esperándome.

Lo vería asomando su enorme cabeza desde la trampilla del desván, vestido con aquel traje de colores chillantes y esbozando una sonrisa sobrenatural con sus labios pintados de rojo.

—Hola, chiquitín. ¿Quieres subir a jugar conmigo?

El recuerdo de esas palabras me provoca un escalofrío, aunque no sean reales.

Volver a casa de mis padres ha resucitado ese miedo infantil. Era un niño con mucha imaginación. Sé que es una locura, sin embargo…

La trampilla del ático se abre lentamente ante mí, desplegando una larga escalera. En lo alto, asoma un rostro blanco y sonriente, coronado con una enorme nariz.

El payaso me mira con perversidad antes de ensanchar esa sangrienta sonrisa.

—Bienvenido de vuelta, chiquitín.