PERDIDOS

No debimos golpear a ese vagabundo.

Se suponía que fuera una noche divertida, simplemente íbamos a asustar al hombre que dormía bajo el puente. Frank, Víctor y yo. Pero la broma se nos fue de las manos.

Aún recuerdo el odio en su mirada antes de morir.

Ayer Frank desapareció. Y lo peor es que nadie lo recuerda, ni siquiera su propia familia. 

Hoy Víctor no ha venido a clases. 

Su madre me mira desconcertada al tocar a su puerta.

—Buenas tardes señora, ¿está Víctor en casa?

—¿Quién eres tú? Aquí no vive ningún Víctor.

Palidezco. Ella nota el miedo en rostro y retrocede con cautela. 

—Creo que te equivocaste, niño. —Cierra la puerta.