RAPUNZEL

Una larga hilera de cabello oscuro desciende desde la única ventana de la torre y escalo con dificultad. Ella me recibe con frialdad, odia que llegue tarde.

—Sírveme el té, madre.

Obedezco, ignorando el cuerpo inerte del joven que cuelga del techo, enredado en otro largo mechón. El pobre infeliz solo buscaba un sitio en el cual resguardarse.

Nadie debería acercarse a este lugar. Ella es peligrosa.

Sus padres me la entregaron, horrorizados por la manera incontrolable en la que su cabello crecía, trepando como una sombra por los muros de palacio. 

Creí que podría mantenerla bajo control. Cada día es más difícil. Envejezco rápido, mis poderes se debilitan. Y su pelo sigue creciendo.

La escucho reír, ahora está jugando con el cadáver del ladrón. 

Dios mío, ¿cuándo va a parar?