ROKUROKUBI

—Amor mío, ¿estás despierto?

Hiroshi no respondió. Fingió dormir profundamente, ignorando la risa siniestra que brotaba de su joven esposa.

Ella le rozó la garganta con los labios, mostrando sus afilados dientes.

Antes de que tuviese oportunidad de morderlo, Hiroshi se volvió y le incrustó en el corazón la daga que guardaba bajo su almohada. La mujer liberó un gemido de agonía. Su bello rostro se había convertido en el de un ogro.

Y su cuello… su pálido y hermoso cuello…

—Oh, dioses —murmuró Hiroshi.

El cuello de su esposa era tan largo como una serpiente.

Antes de morir, el demonio esbozó una macabra sonrisa. Por la mañana, cuando hubo recobrado su forma original, aún conservaba aquella siniestra expresión feliz.