RUSALKA
—¿Masha? ¿Eres tú?
Anton Ivanovich miró con horror a la pálida muchacha que cepillaba su largo cabello junto al río. Era muy hermosa, tan hermosa como su alegre prometida, cuya prematura muerte todos habían llorado en el pueblo.
—No, no puedes ser tú. Tú estás muerta, ¡muerta!
La joven esbozó una sonrisa que le heló la sangre.
—Oh, Dios bendito…
Los ojos del cazador se abrieron con horror al notar que la criatura se acercaba.
—¡Aléjate! ¡No quise hacerlo! ¡Yo no quería, lo juro! ¡Por favor!
Nadie acudió en auxilio del miserable Anton Ivanovich, ni mucho menos escuchó sus gritos. Por la mañana, lo único que se encontró de él junto al arroyo fueron su ushanka y inseparable escopeta.